23-03-2025 Mi punto de apoyo - 10 Minutos con Jesús

Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes.

Te adoro con profunda reverencia. Te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con fruto este rato de oración. Madre mía inmaculada, San José, mi Padre y Señor, ángel de mi guarda, intercede por mí. Caminamos juntos en la esperanza y en la esperanza de la conversión, como hoy tú, Jesús, nos pides en este evangelio de hoy, pues nos hablas de que tenemos que dar frutos. Nos pones el ejemplo, Jesús, de esa higuera que está en la viña.

La viña tiene uvas, los viñedos, las uvas, para luego el vino. Pero había una higuera en una esquina, un rincón, pero que un año tras otro pues no da fruto. Y entonces el dueño dice, esto hay que quitarlo ya, porque esto estorba, esto no hace nada. Pero sin embargo, el guardián de la viña dice, vamos a dejarle un año más a ver si da fruto. Le da esa esperanza, esperanza de que venga, a ver si este año consigue dar fruto. Y es que tú, Señor Jesús, nos pides que demos frutos, frutos.

Es la primera palabra que Dios nos dirige. Desde el Génesis, cuando Dios crea al hombre, lo primero que le dice, el hombre y la mujer, dice, fructificad, dad fruto. O sea, que el hombre, el ser humano, tenemos que dar fruto. Cada persona, seamos pequeños o mayores, tenemos que dar fruto. Cada uno en su sitio, en su lugar, en sus circunstancias, pues tiene que dar fruto.

Y es una llamada que, desde el principio de la humanidad, retumba en cada corazón, en cada mente, que tenemos que hacer algo, algo. Tenemos que dejar fruto, tenemos que dejar ahí un rumbo, dejar algo bonito, algo bueno en la vida. Claro, este fruto que Dios nos pide desde siempre, pues no son las riquezas exteriores, no se trata de digamos, hacer muchas casas, hacer unas grandes construcciones o hacer una organización o qué sé yo.

Por eso, Jesús, antes de decir lo de la viña y la higuera, que no da fruto, pues recuerdas aquellas desgracias de aquellos judíos que habían sido aplastados por una torre o castigados por por Pilato, que les fue mal, que tuvieron mala suerte y murieron. Entonces Jesús dice, pero no era por sus pecados. Jesús lo que tú nos intentas enseñar es que dar fruto no es que te vaya bien en la vida, no es tener suerte en la vida, no es tener éxito en la vida. El fruto no es el éxito.

Y así nos ayudas a mirar hacia adentro. El fruto está hacia adentro, está en la conversión. Nos pide una conversión, Jesús. El fruto está en la conversión del corazón. El otro día estaba cambiando un foco en la parroquia que no funcionaba. Estaba un poco alto y pedía ayuda. Me subí a la escalera. Compré un foco nuevo porque más quedaba el altar y era un poquito engorroso. Tenía que iluminar el altar. Me subí a la escalera, un poquito alto, con cuidado, con seguridad, y cambio el foco. Ya está.

Dale la tecla y no funciona. Y resulta que no ilumina. Digo, vaya por Dios. Y resulta que probé otros focos y resulta que no era el foco. Era la corriente o lo que fuera. Ahora tengo que investigar dónde está el origen.

Pero pensé que a veces nos pasa que no sabemos detectar el problema de nuestra conversión. A lo mejor puedo pensar que es mi carácter o que tengo que cambiar el carácter en esta cuaresma. Voy a mejorar el carácter, el genio, qué sé yo. Y a lo mejor no es eso, sino el origen está en otro lado. El origen no está en mi carácter, sino que a lo mejor no me he confesado o no me he confesado bien. Y claro, me puedo equivocar en mi diagnóstico y así no poner bien la medicina.

En esto de la conversión del corazón, como no siempre se ve tan claro, como no es tan sencillo verlo, pues hay que ver el origen. Tengo que ir al origen de las cosas, porque a lo mejor pienso que estoy muy apegado al móvil. Y a lo mejor pienso que hay que quitar el móvil o las pantallas. Como a veces decimos, hay uno digital para la cuaresma. Pero a lo mejor si miro un poquito mejor el problema no está en el móvil, sino a lo mejor que es que no tengo un plan de vida, no tengo propósitos, no tengo ganas de estar en el móvil.