
25 de septiembre 2025 - Lucas 16, 19-31 - Don Jesús

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Lucas 16, 19-31
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
– «Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día.
Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico.
Y hasta los perros venían y le lamían las llagas.
Sucedió que se murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán.
Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo:
«Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas».
Pero Abrahán le dijo:
«Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él aquí consolado, mientras que tú eres atormentado.
Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros».
Él dijo:
«Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también vengan ellos a este lugar de tormento».
Abrahán le dice:
«Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen».
Pero él le dijo:
«No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán»
Abrahán le dijo:
«Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni, aunque resucite un muerto»».
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6.1, 6.2 Con vuestra licencia, Soberano Señor Sacramentado, Jesús de Eucaristía, que vives y estás presente en la custodia con tu cuerpo, con tu sangre, con tu alma y con tu divinidad.
Y porque eres tan grande, te puedes hacer tan pequeño, y porque te importamos y quieres caminar con nosotros, te encierras en esa cárcel de amor que es el Sagrario, y a veces, los jueves siempre, abrimos esa puerta para adorar.
Todos los días sales del Sagrario, Señor, para alimentarnos, cuando venimos a la misa o para salir a las casas de los enfermos, pero cuando es un momento de adoración el que disponemos, pues de una hora, para estar ante ti, somos conscientes, primero, que eres tú el que nos ha traído aquí, hemos escuchado tu llamada, esa gracia de decir, bueno, hay puedo ir, o incluso algunos diréis, me apetece mucho ir, es un momento precioso, es un momento ungido por el Espíritu Santo en el cual lo importante no es ni lo que dice el sacerdote, ni lo que dice la canción, tal vez, ni siquiera lo que diga el texto evangélico, sino lo que Dios te quiere decir a ti hoy, porque a lo mejor hoy necesitas una palabra especial de revelación, necesitas que el Señor te visite, experimentar esa cercanía suya como algo real y no solo el fruto de la imaginación. Por eso, Señor, yo te agradezco que me hayas invitado, te agradezco que lleves dos mil años esperándome en la Eucaristía, y cómo me gustaría, Señor, no perder ni un minuto de atención estando contigo. Va a ser difícil.
Siempre me distraigo, siempre la mano en la mano.















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