

Description of 341 - Una noche de espanto, de Antón Chéjov
En esta ocasión os traigo una obra del célebre escritor ruso Antón Chéjov: "Una noche de espanto". Este relato nos sumerge en la experiencia de Iván Ivanovitch Panihidin, quien, tras participar en una sesión espiritista en una oscura y lluviosa noche moscovita, regresa a su hogar solo para enfrentarse a un descubrimiento aterrador.
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¡Anda, Olga! ¿Cómo estás? ¿Cómo tú por aquí? Hola, Juan Carlos. Buf, qué día llevo.
Hoy necesito concentrarme, pero entre el ruido de la calle y los vecinos es imposible.
Por suerte tengo solución a eso. Pasa, te invito a un café en mi refugio.
¡Ostras! Aquí el mundo se detiene.
Así es. Este es mi espacio, mi tranquilidad.
Claro, así sí.
Cabinas insonorizadas Denbox. Escucha el silencio.
Descubre más en denbox.com Hola, corazones. Bienvenidos a un nuevo episodio de los Cuentos de la Casa de la Bruja.
Hoy os traigo Una noche de espanto, una obra del célebre escritor ruso Anton Chekhov.
Este cuento nos sumerge en la experiencia, a ver si lo digo bien, de Iván Ivanovich Panihidin, quien, después de una noche en la que ha participado en una sesión espiritista, en una oscura y siniestra noche moscovita, regresa a su hogar solo para enfrentarse a un descubrimiento aterrador.
Bueno, aprovecho para dedicar este episodio a Salbrí, un oyente que desde Twitter me ha recomendado esta lectura, y también a dos nuevos oyentes que esta semana se han convertido en mecenas de la Casa de la Bruja, Dobe y Anton Ngon.
Muchas gracias a los tres por vuestro apoyo.
A vosotros va dedicado este episodio. Sin más, con todos vosotros, Una noche de espanto.
Los cuentos de la Casa de la Bruja presentan Una noche de espanto, de Anton Chekhov.
Narrado por Juan Carlos Albarracín.
Una densa niebla se extendía por encima de la ciudad cuando, en la víspera del año nuevo, regresaba yo a mi casa después de haber pasado la velada en la de un amigo.
Una buena parte de dicha velada había sido dedicada al espiritismo.
Las callejueras que tenía que atravesar no estaban alumbradas y había que andar casi a tientas.
A la sazón vivía yo en Moscú, en un barrio muy apartado.
El camino era largo, los pensamientos pesados.
La angustia oprimía mi corazón.
«Tu existencia declina, arrepiéntete», me había dicho el espíritu de Espinosa al que habíamos consultado.
Le pedí que me dijera algo más y entonces no solamente repitió la misma sentencia, sino que añadió «Esta noche».
Yo no creo en el espiritismo, pero las ideas y las alusiones a la muerte me dejan abatido.
La muerte es imprescindible e inminente, pero a pesar de todo es una idea que la naturaleza repele.
En medio de las tinieblas, mientras la lluvia caía sin cesar y el viento aullaba lastimero, mientras alrededor no se veía ni un ser vivo ni se oía una voz humana, mi alma era presa de un temor incomprensible.
Yo, hombre libre de prejuicios, corría a toda prisa temiendo mirar atrás.
Tenía la impresión de que si volvía la cara, la muerte se me aparecería bajo la forma de un fantasma.
Este miedo, irrazonable pero comprensible, no me abandonaba.
Subí los cuatro pisos de mi casa y abrí la puerta de mi cuarto.
La modesta habitación estaba oscura, el viento ululaba en la chimenea como si se quejara de que lo hubiesen dejado puertas afuera.
Si hay que creer en las palabras de Espinosa, mi muerte llegará esta misma noche acompañada de ese ulular. ¡Qué horror! Encendí un fósforo, la fuerza del viento aumentó y el gemido se convirtió en un aullido furioso.
Los postigos temblaban como si alguien tirase de ellos.
Desgraciados los que carecen de hogar en una noche como esta, pensé.