
#378 La Lluvia de Fuego de Leopoldo Lugones

Description of #378 La Lluvia de Fuego de Leopoldo Lugones
Ah… nada, ni el cataclismo con sus horrores, ni el clamor de la ciudad moribunda era tan horroroso como ese llanto de fiera sobre las ruinas. Aquellos rugidos tenían una evidencia de palabra. Lloraban quién sabe qué dolores de inconsciencia y de desierto a alguna divinidad obscura. El alma sucinta de la bestia agregaba a sus terrores de muerte, el pavor de lo incomprensible. Si todo estaba lo mismo, el sol cotidiano, el cielo eterno, el desierto familiar, ¿por qué se ardían y por qué no había agua?…
Locutado por el maravilloso Tito Quaid.
Nos vemos pronto con más Relatos Salvajes...
¿Quieres anunciarte en este podcast? Hazlo con advoices.com/podcast/ivoox/470115
This content is generated from the locution of the audio so it may contain errors.
La lluvia de fuego y por leopoldo lugones y tornaré el cielo de hierro y la tierra de cobre levítico capítulo veintiséis versículo diecinueve recuerdo que era un día de sol hermoso lleno del hormigueo popular en las calles atronador de vehículos un día asaz cálido y de tersura perfecta desde mi terraza dominaba una vasta confusión de techos vergeles salteados un trozo de bahía punzado de mástiles la recta gris de una avenida a eso de las once cayeron las primeras chispas una aquí otra allá partículas de cobre semejantes a las morcillas de un pábilo partículas de cobre incandescentes quedaban en el suelo con un ruido recitó de arena el cielo seguía de igual limpidez el rumor urbano no decae decía únicamente los pájaros de mi pajarera cesaron de cantar casualmente lo había advertido mirando hacia el horizonte en un momento de abstracción primero creí en una ilusión óptica formada por mi miopía tuve que esperar largo rato para ver caer otra chispa pues la luz del sol anegaba las bastante pero el cobre ardía de tal modo que se destacaban lo mismo una rapidísima vírgula de fuego y el golpecito en la tierra así a largos intervalos debo confesar que al comprobarlo experimenté un vago terror exploré el cielo en una ansiosa ojeada persistía la limpidez de dónde venía aquel extraño granizo aquel cobre era cobre acababa de caer una chispa en mi terraza a pocos pasos extendí la mano era á no caber duda un gránulo de cobre que tardó mucho en enfriarse por fortuna la brisa se levantaba inclinando aquellas lluvias singular hacia el lado opuesto de mi terraza las chispas eran harto ralas además podía creerse por momentos que aquello había ya cesado no cesaba uno que otro eso sí pero caían siempre los temibles gránulos en fin aquello no había de impedirme almorzar pues era el mediodía bajé al comedor atravesando el jardín no sin cierto miedo de las chispas verdad es que el toldo corrido para evitar el sol me resguardaba me resguardaba hace los ojos pero un toldo tiene tantos poros que nada pude descubrir en el comedor me esperaba un almuerzo admirable pues mi afortunado celibato sabía dos cosas sobretodo leer y comer excepto la biblioteca el comedor era mi orgullo ayto de mujeres y un poco jocoso en punto á vicios amables nada podía esperar jeanne sino de la gula comía solo mientras un esclavo me leía narraciones geográficas nunca había podido comprender las comidas en compañía y si las mujeres me hastía van como he dicho ya comprenderéis que aborrecía a los hombres diez años me separaban de mi última orgía desde entonces entregado a mis jardines a mis peces a mis pájaros faltaba mme tiempo para salir alguna vez las tardes muy calurosas un paseo a la orilla del lago me gustaba verlo escamado de luna al anochecer pero esto era todo y pasaban meses sin frecuentarlo la vasta ciudad libertina era para mí un desierto donde se refugiaban mis placeres escasos amigos breves visitas largas horas de mesa lecturas mis peces mis pájaros una que otra noche tal cual orquesta de flautistas y dos o tres ataques de gota por año