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By Relatos_Salvajes Relatos Salvajes
#409 La Karrera del Guzano (un relato a toda hoztia de Orkhammer 40k)

#409 La Karrera del Guzano (un relato a toda hoztia de Orkhammer 40k)

4/23/2025 · 29:59
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Relatos Salvajes Episode of Relatos Salvajes

Description of #409 La Karrera del Guzano (un relato a toda hoztia de Orkhammer 40k)

¿Qué es lo que mas le mola a un orko además de una buena gresca? ¡Exacto! ir a toda hostia por la carretera, pisándole a fondo al cacharro y liándola muy
parda... y si además el cacharro en cuestión lleva unas bocinas bien molonas multitono, pues mucho mejor... En este audio encontrareis mucha velocidad, pieles verdes desquiciados, dakadaka... y claxons multitonos (la DGT advierte que estas bocinas son ilegales... ¡pero que más da!)

Nos vemos muy pronto con más Relatoz Zalvajez...

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Los chicos del Zol Malvado corren tras un valioso premio en esta carrera de alto octanaje.

La carrera del gusano, de autor desconocido.

¿Sabes, canijo, por qué siempre cazamos a esos zumbalejos? Es fácil de saber, porque no pintan sus máquinas de rojo.

Las pintan del color de la arena y intentando esconderse como garrapatos, las dejan en crudo.

Pero todo buen orco lo sabe.

El rojo siempre corre más.

Más velocidad.

Más DACA.

Noble y veloz Kilgrin agarró el áspero manillar de acero de su amado gruñido a la deriva.

Y aceleró, abriendo gas.

Y se agachó para cortar mejor el viento y alcanzar la mayor velocidad posible.

Sus chicos, los mejores, iban en sus propias y rugientes motocicletas, tras él.

Y también las de Magro y Drechnik.

Bugis, con mucho DACA, cópteros y camiones llenos de chicos, iban detrás de ellos a toda velocidad.

Kilgrin aceleró aún más.

Antes, sería la cena de un garrapato que dejar que alguno de esos mierdecillas lo adelantara.

Además, el objetivo estaba delante.

Una densa nube de polvo, con una sombra oscura y amenazante en el centro.

Su sonrisa frenética se ensanchó, hasta ser más ancha que su cara, cuando se dio cuenta que iba en cabeza, y nadie podría superarlo.

Dos colmillos amarillos de Kilgrin parecieron crecer a medida que sus labios, resecos y llenos de cicatrices, se despegaban más hacia atrás, a causa de la velocidad.

La potencia explosiva de su motor ejercía una extraña influencia sobre él.

Era como un mantra.

La vibración, como la de un martillo neumático dentro del motor, resonaba en su cráneo, con el entrechocar de las bielas, y con los rápidos temblores y traqueteos de la reparación barata que le hizo el viejo Dross ya de tuerca.

El temblor se vio acentuado por las tremendas sacudidas que azotaban sus huesos cuando la rueda delantera de la motocicleta pisaba un bache o una roca.

El viento del desierto le golpeaba.

La gruesa piel de sus brazos le ponía a salvo de los granos de adena afilados que a esa velocidad amenazaban con herirlo.

A veces, atravesaba una nube oscura, y sus labios babeantes se quedaban con la materia amarga y pringosa de miles de insectos.

Los humanejos que iban más adelante debieron haberse dado cuenta de sus intenciones, y habían pisado el acelerador del inmenso vehículo que conducían.

Kilgrin notó que la ventaja que les llevaban aumentaba ligeramente, y eso no supuso ninguna variación en sus planes.

Pretendía alcanzarlos a toda costa.

El velocista Kilgrin siempre estaba dispuesto a correr, a competir.

Se levantó a una nueva nube de arena que tuvo que cortar con la moto y se agachó.

Esos humanos desesperados estaban intentando levantar el polvo del páramo.

Cualquier truco en aquel momento les pareció bueno para levantar la mayor cantidad de polvo posible entre ellos y esos orcos locos y aullantes.

Se podía oler su miedo, y eso hacía muy feliz a Kilgrin.

Ni siquiera el jefe veloz Morbad sabía exactamente qué era esa cosa que llevaban los humanejos.

Ese gran carro fortaleza que zoncaba el desierto delante de él, cuando le había ordenado al Kilgrin que lo persiguiera.

El jefe...

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