

Description of 47 puñaladas. El crimen de del monaguillo
Puerto de Sagunto, marzo de 1971.
La tarde cae sobre la plaza de la Alameda, mientras la vida transcurre entre fábricas, colegios y parroquias. En un tiempo marcado por el silencio y el control, una historia oscura se prepara para romper la calma de un pueblo entero.
Una figura respetada, un niño inocente, y una comunidad obrera que, sin saberlo, está a punto de enfrentarse a un suceso que quedará grabado para siempre en su memoria.
Un relato donde el poder, el silencio y el dolor se entrelazan.
Un relato que muchos intentaron ocultar.
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Puerto de Sagunto, marzo de 1971. La tarde cae sobre la plaza de la Alameda, mientras la vida transcurre entre fábricas, colegios y parroquias. En un tiempo marcado por el silencio y el control, una historia oscura se prepara para romper la calma de un pueblo entero. Una figura respetada, un niño inocente, y una comunidad obrera, que sin saberlo, está a punto de enfrentarse a un suceso que quedará grabado para siempre en su memoria.
Un relato donde el poder, el silencio y el dolor se entrelazan. Un relato que muchos intentaron ocultar. Esto es, Crímenes que marcaron España. Hoy, 47 puñaladas, el crimen del monaguillo de Puerto de Sagunto.
Francisco Calero Navalón. Francisco, al que todos conocían como Paquito, había nacido en 1962, y a sus nueve años, era un niño que irradiaba vitalidad y ternura. Su carácter alegre lo hacía querido en el barrio donde vivía en Puerto de Sagunto, donde todos lo reconocían como el pequeño monaguillo de la parroquia de Nuestra Señora de Begoña.
Vivía con su madre, sus dos hermanas, y sus abuelos. La vida en su casa era humilde, marcada por la ausencia de un padre y por la lucha diaria de su madre. Su familia luchaba por sobrevivir con una pensión limitada y trabajos precarios. Paquito encontraba en la iglesia, no sólo un lugar de servicio y fe, sino también un espacio donde sentirse útil, donde recibía pequeñas recompensas, con pequeños gestos, monedas o dulces.
Para su madre, aquel entorno significaba seguridad, una forma de protegerlo de los peligros de la calle. Paquito era obediente, fiado, y reflejaba la inocencia de una infancia, que en medio de las dificultades seguía soñando con normalidad. Isabel Navalón Collado. Isabel, de apenas 28 años en 1971, ya cargaba con el peso de una vida marcada por la pérdida y el sacrificio.
Desde que quedó viuda en 1965, tras la muerte de su esposo por silicosis, una enfermedad de mineros que arrasó a tantas familias obreras, su existencia se convirtió en una lucha constante por sacar adelante a sus tres hijos. Con una pensión mínima de entre 2.000 y 2.500 pesetas, y trabajos precarios como limpiadora por horas o vendiendo plásticos en la playa durante el verano, Isabel encarnaba la resiliencia.
Cocinaba, lavaba, cuidaba, todo en un pequeño piso compartido con sus padres, donde la solidaridad familiar era la base de la supervivencia. Era una mujer fuerte, aunque agotada, que había aprendido a callar sus miedos y a sostener con entereza un hogar donde los niños aún podían reír. Para ella, la parroquia y el papel de su hijo como monaguillo eran un alivio, la ilusión de que al menos en aquel espacio paquito estaba protegido.
José Prat Balaguer José Prat nació en 1917 en Inca, Mallorca. En 1951 fue ordenado sacerdote de la Congregación de la Misión, conocidos como Padres Paules. Su trayectoria misionera lo llevó a varios destinos internacionales, primero en la Habana, Cuba, después en Tegucigalpa, Honduras, y más tarde en una parroquia en Brooklyn, Nueva York.
Tras esos años, regresó a España, donde continuó su servicio en distintas parroquias. En enero de 1971, con 53 años, asumió como párroco en funciones en la parroquia de Nuestra Señora de Begoña, en la Plaza de la Alameda de Puerto de Sagunto. Este templo era un centro activo en la vida comunitaria del barrio obrero, vinculado a la escuela y muy concurrido por actividades religiosas, educativas y sociales.
Prat se distinguía por su carácter reservado, formal y meticuloso. Era un hombre disciplinado, con un fuerte apego al orden y al control. Vecinos y feligreses recordaban su rigidez. Incluso llegó a negar las llaves de su despacho a la persona encargada de la limpieza, reflejando su necesidad de mantener todo bajo su supervisión. Ese mismo mes de enero, la muerte del párroco tituló.




















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