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By Elena Rubio Podcast Cuentos Oscuros
“De cómo se salvó Wang-Fo” de Marguerite Yourcenar. Leído por Víctor Manuel Palomares Lara

“De cómo se salvó Wang-Fo” de Marguerite Yourcenar. Leído por Víctor Manuel Palomares Lara

6/17/2025 · 31:17
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Description of “De cómo se salvó Wang-Fo” de Marguerite Yourcenar. Leído por Víctor Manuel Palomares Lara

Wang-Fo es un anciano pintor chino, venerado por su arte, cuya vida ha sido una continua búsqueda de la belleza a través de la pintura. Junto a su fiel discípulo Ling, recorre el reino, observando la naturaleza y retratándola en sus obras. Sin embargo, Wang-Fo no pinta la realidad tal como es, sino su versión idealizada y perfecta. Su arte transforma el mundo: no representa lo que ve, sino lo que imagina, y en ese poder estético reside su magia… y también su peligro.

Un día, ambos son arrestados por orden del Emperador. Este, criado desde niño contemplando solo las pinturas de Wang-Fo, creció con una visión ilusoria del mundo y... ya no sigo para no hacer espóiler.

Este relato es el triunfo del arte contra una realidad demasiado dolorosa e insoportable.

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Y hoy nuestro cuento nos lleva hasta Bruselas, Bélgica.

Allí nació Marguerite Jürzener.

Nombre de nacimiento Marguerite Kleinwijk de Krajenkuur.

A pesar de haber nacido en Bélgica, ella era francesa de nacionalidad y luego se hizo estadounidense.

Y nos trae su cuento, cómo se salvó Wang Fo.

El anciano pintor Wang Fo y su discípulo Lin erraban por los caminos del reino de Han.

Avanzaban lentamente, pues Wang Fo se detenía durante la noche a contemplar los astros y durante el día a mirar las libélulas.

No iban muy cargados, ya que Wang Fo amaba la imagen de las cosas y no las cosas en sí mismas y ningún objeto del mundo le parecía digno de ser adquirido a no ser pinceles, tarros de laca y rollos de seda o de papel de arroz.

Eran pobres, pues Wang Fo trocaba sus pinturas por una ración de mijo y despreciaba las monedas de plata.

Su discípulo Lin, doblándose bajo el peso de un saco lleno de bocetos, encorvaba respetuosamente la espalda como si llevara encima la bóveda celeste, ya que aquel saco, a los ojos de Lin, estaba lleno de montañas cubiertas de nieve, de ríos en primavera y del rostro de la luna de verano.

Lin no había nacido para correr los caminos al lado de un anciano que se apoderaba de la aurora y apresaba el crepúsculo.

Su padre era cambista de oro, su madre era la hija única de un comerciante de Jade que le había legado sus bienes maldiciéndola por no ser un hijo.

Lin había crecido en una casa donde la riqueza abolía las inseguridades.

Aquella existencia cuidadosamente resguardada lo había vuelto tímido, tenía miedo de los insectos, de la tormenta y del rostro de los muertos.

Cuando cumplió 15 años su padre le escogió una esposa y la eligió muy bella, pues la idea de la felicidad que proporcionaba su hijo lo consolaba de haber llegado a la edad en que la noche sólo sirve para dormir.

La esposa de Lin era frágil como un junco, infantil como la leche, dulce como la saliva, salada como las lágrimas.

Después de la boda, los padres de Lin llevaron su discreción hasta el punto de morirse y su hijo se quedó solo en su casa pintada de zinabrio en compañía de su joven esposa que sonreía sin cesar y de un círculo que daba flores rosas cada primavera.

Lin amó a aquella mujer de corazón límpido igual que se ama a un espejo que no se empaña nunca o a un talismán que siempre nos protege.

Acudía a las casas de té para seguir la moda y favorecía moderadamente a bailarinas y acróbatas.

Una noche, en una taberna, tuvo por compañero de mesa a Wang Fo.

El anciano había bebido para ponerse en un estado que le permitiera pintar con realismo a un borracho.

Su cabeza se inclinaba hacia un lado, como si se esforzara por medir la distancia que separaba su mano de la taza.

El alcohol de arroz le saltaba la lengua de aquel artesano taciturno y aquella noche Wang hablaba como si el silencio fuera una pared y las palabras unos colores destinados a embadurnarla.

Gracias a él, Lin conoció la belleza que reflejaban las caras de los bebedores difuminadas por el humo de las bebidas calientes, el esplendor tostado de las carnes lamidas de una forma desigual por lengüetazos del fuego y el exquisito color de rosa de las manchas de vino esparcidas por los manteles como pétalos marchitos.

Una rafagada de viento abrió la ventana.

El aguacero penetró en la habitación.

Wang Fo se agachó para que Lin admirase la lívida beta del rayo y Lin, maravillado, dejó de tener miedo a las tormentas.

Lin pagó la cuenta del viejo pintor.

Como Wang Fo no tenía ni dinero ni morada, le ofreció humildemente un refugio.

Hicieron juntos el camino.

Lin.

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