A MI MADRE. José Manuel Bou

¡Charo! ¿Qué hora es? ¡Las ocho y media! ¿Habrá llegado ya mi hermana de trabajar? ¿Hermana? ¿Cómo ha llegado hoy mamá de la diálisis? Y así todos los lunes, y así todos los miércoles, y los viernes durante todo el año, durante trece años consecutivos, hasta el lunes pasado.

¿Os parece poco? El viernes cuando llegó dijo que ya no iba más. Le dijeron que el hospital y dijo que tampoco, que en casa y con un antibiótico. Ya no podía más. Esa pequeña de figura pero grande de alma y de corazón por segunda vez en sus 85 años se rindió. Y esta fue la definitiva.

El sábado se despidió de todos nosotros y el lunes se fue a las eternidades celestes.

Su cuerpo ya descansa en la tierra. Su alma partió en busca de nuestra madre de la soledad.

Y a la que le pido que la reciba, que la conserve en su seno. Lleva el pasaporte consigo. Su comportamiento durante toda su vida, su lucha, su amor por todos y sobre todo por los suyos.

Y como no, su resignación para soportar el sufrimiento. Mi hermana grande dedicó unas palabras de despedida, rememorando mi pregón de la Semana Santa de 1992 con un pequeño retoque suyo. Campanillas de cristal, que adornáis las bambalinas, recilde al aire que la quiero y ahora a la hora de su muerte, ya que suspiro su último anhelo, soledad, coge su alma en tus manos y llévala con tu hijo al cielo. Descansa en paz mamá, que la tierra te sea leve, por aquí te seguiremos queriendo, persegulan seculorum. Por cierto, este domingo a mediodía, cuando debería ir a verte, como casi todos los domingos, rezaré por tu eterno descanso.