El sol empieza a brillar en Nquiriquele, un reasentamiento para personas desplazadas situado en Namuno, el sur de la provincia de Cabo Delgado, Mozambique. Una mujer llega a la fuente con su hija a las espaldas. Ha vuelto a pasar la noche en vela. Sujeta su bebé mientras contempla cómo se llena el cubo. Dentro de unos años podrá enviar a su niña a recoger el agua, como lo hacen la mayoría de sus comadres, pero por el momento le sigue tocando a ella.
Antes de cargarlo, bebe. Agradece el frescor del agua. Con ella hará la comida, limpiará sus utensilios, aseará a su criatura, e incluso lavará alguna pieza de ropa.
Así comienza la jornada en la que Abdala visita este campo de refugiados dispuesto a encontrarse con los 24 miembros del grupo de apoyo psicosocial a los que está asesorando como psicólogo. El punto de encuentro es el árbol que da el fruto de los anacardos, situado cerca de la escuela y el local que hace las veces de mezquita.
Nquiriquele es uno de los centros de reasentamiento habilitados en el distrito de Namuno. En él residen 673 familias, entre todas suman más de 300 niñas y niños en edad escolar. Pero no todos están en a las puertas del colegio, porque han establecido turnos, en función de la capacidad de las instalaciones y del número de profesores. Fuera y dentro de la improvisada aula, los menores juegan, pese a que algunos, como les sucede a sus padres y madres, no logran dormir. Jugar les permite olvidar el miedo, la gran razón por la que muchas de las personas que viven en Nquiriquele han perdido el sueño.
La insurgencia liderada por grupos armados yihadistas ha provocado que más de 700.000 personas hayan abandonado sus hogares. Arrasan casas, torturan y violan; asesinan a hombres delante de sus familias y reclutan a menores. Tres cuartas partes de las personas desplazadas son mujeres y niños. El problema en estos campos de refugiados no sólo es la subsistencia de los cuerpos sino el insomnio, la falta de confianza en los demás y en ellos mismos, la falta de apetito entre los más pequeños (algunos han dejado de hablar) … y la apatía.
De estos malestares volverá a hablar Abdalá con su equipo de apoyo. El árbol del anacardo les acogerá con su silenciosa sombra mientras la mañana ríe, aunque parezca imposible.
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