Los Afortunados (Ep.1)

El siglo de las sombras capítulo uno los afortunados el desempleado abre los ojos es un día recién nacido que ya le estrangula con la presión del deber las sábanas tratan de retenerle en la cama y él no hace el menor esfuerzo por resistirse huelen a sudor y vergüenza son cinco minutos más y luego diez qué cojones importa no tiene prisa por reunirse con el ejército de miserables aburridos profesionales están acabados como el tiene suficiente con la costra de remordimientos y roña que ha crecido a su alrededor piensa que no merece nada de toda esta mierda que él era especial un elegido que esquivar la bala del paro no se equivocaba le engañaron le hicieron creer que si seguían las reglas y hacía todo lo que le pedían su futuro estaría garantizado él cumplió la sociedad no ahora el desempleado no puede evitar conectarse a la red para ser apuñalado por sonrisas demasiado alegres infectado por la envidia de ese trabajo de ensueño que él jamás logrará es un perturbador ejercicio de masoquismo una flagelación digital a la que acude cada mañana sólo para calmar la ansiedad como un alcohólico adicto a chupitos de actualizaciones ajenas de notificaciones irrelevantes que le entierran en un scroll infinito directo al país de nunca jamás la decisión más importante que tomara ese día será pulsar me gusta pero no nos regala su aprobación no es gratuita va gravada con un odio del que ya no quedan más que las ascuas hace demasiado tiempo que no cuentan con el tiempo lo ha dejado de medir quizás así pase más rápido y pronto suceda lo inevitable ya no hay novedades en su día a día ningún hito que marca el camino el ayer se funde con el mañana en una pegajosa realidad de la que no puede escapar hasta que sucede algo una aviso azul parpadea en la esquina superior de su visión entrevistas de trabajo nueve a m quince de marzo de repente el desempleado es arrancado de la nebulosa de indeterminación temporal en la que gustosamente se había asumido se ve obligado a consultar su calendario y hasta el reloj dispone de una hora todo va bien lo único que debe hacer es despejar la cabeza y plantarse frente a la pantalla lo más acicalado posible pero es jodidamente difícil la pereza crónica se ha filtrado en lo más profundo de su ser como un producto tóxico que envenena a un pozo crecen raíces de esperanza pero rápidamente marchitan y exhalan un último para que te vas a levantar entonces como si el mensaje fuera omnipotente y tuviera acceso a los pensamientos del desempleado comienza a bailar sobre sus pupilas desplegándose con toda la información que no había terminado de compartir nombre de la compañía puesto ofertado bla bla bla no quiere leerlo los detalles son peligrosos alimentaria en su imaginación esperanzas que solo le hundiría en un poco más a la mañana siguiente cuando la quemazón del no todavía duela al final del mensaje hay una dirección por qué entonces un cortocircuito le raspa todo el cuerpo y le hace entrar en razón la entrevista es presencial está jodido y lo sabe atravesar la ciudad es una odisea que requiere planificación previa como un explorador del siglo diecinueve que traza en el mapa la mejor ruta para no ser devorado por las bestias antes era bueno no muy bueno moviéndose por la jungla urbana y sus puentes avenidas túneles y pasajes secretos el recuerdo de ser útil le inyecta una ligera dosis de energía que el desempleado aprovecha para levantarse al fin la realidad de su cuerpo decadente le recuerda por qué necesita el trabajo una sinfonía de crujidos de articulaciones le acompañe por el pasillo en penumbra que se ha convertido en museo de sus desechos cotidianos frente al bulto de ropa que un día fue su armario se pregunta cuál de esas prendas le ayudará a camuflar sus evidentes taras