Al encuentro del arrepentido
"Aún estaba lejos, cuando su padre lo vio y, profundamente conmovido, salió corriendo a su encuentro, lo estrechó entre sus brazos y lo besó.", Lucas 15:20 (BLPH).
En la parábola del hijo pródigo vemos como el padre, cuando vio que su hijo se aproximaba de regreso a casa, tuvo compasión de él, y salió corriendo a su encuentro, y lo estrechó entre sus brazos, y lo besó.
Contrario a lo que, seguramente, esperaba y merecía el hijo, su padre no le reprochó nada, no le regañó, ni le reclamó todo lo malo que había hecho. No le preguntó nada, dónde había estado, qué había hecho con todo el dinero de la herencia que se llevó, por qué regresaba a casa, cómo es que llegaba en ese estado tan lastimoso y deplorable: harapiento, sucio, maloliente, hambriento, probablemente enfermo. Con sólo verle el padre ya tenía las respuestas a esas preguntas y sabía que su hijo estaba realmente arrepentido cuando éste le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y ante ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo.” (Lucas 15:21).
¿Tenía el padre de esta parábola motivos para estar enojado con su hijo? Por supuesto que sí, y muchos. Desde que el hijo le dijo al padre que lo heredara en vida, ya era motivo suficiente para estar no sólo enojado, sino furioso con su hijo ya que cuando el hijo le pidió a su padre, en pleno uso de sus facultades, que lo heredara en vida (textualmente le dijo: “dame la parte de la herencia que me corresponde.”), es lo mismo que decir: “no puedo esperar a que mueras para recibir mi herencia”, o bien: “me conviene más que te mueras para recibir mi herencia”. A pesar de esta intención, y aunque el padre sabía la clase de hijo que tenía y lo que haría con la herencia, no le negó su petición y le entregó lo que le correspondía.
Así que, cuando el hijo regresó derrotado a casa, el padre bien pudo reprenderlo severamente o, incluso, hasta rechazarlo y no recibir a su hijo. Sin embargo, su amor de padre y la compasión y misericordia que sintió por su hijo le llevaron no sólo a recibirle sino a salir corriendo a su encuentro. Por cierto, para un hombre, en los tiempos de Jesús, le era deshonroso correr porque usaban túnicas y debía levantársela para poder correr, mostrando sus piernas. Eso era muy vergonzoso para el hombre (algo parecido a lo que hizo David cuando danzaba por el retornó el arca del pacto a Jerusalén, al grado que su esposa Mical lo menospreció por esa “exhibición”, 2 Samuel 6:20).
Seguramente el padre del hijo pródigo observaba día y noche hacía el horizonte, al camino por el cual vio alejarse a su hijo. Vigilaba constantemente hacía donde lo vio desaparecer. Estaba atento para cuando su hijo retornara.
En el padre de esta parábola vemos un ejemplo de lo que hace Dios cuando un pecador se arrepiente y va a Él suplicando Su perdón: sale a su encuentro. Dios, que todo lo sabe, no necesita explicaciones, sólo necesita un corazón arrepentido. Él no nos recibe con reproches ni reclamos, ni exigiendo cuentas; sino que solamente nos extiende sus brazos de amor y nos besa tiernamente como un padre besa a su hijo amado. Él sabe todo lo que hicimos y quiere darnos, como hizo el padre de la parábola: vestiduras nuevas, un anillo, calzado nuevo y hacer fiesta en nuestro honor.
¿Te imaginas lo que causa en el cielo que un pecador se arrepienta? Dice la Biblia en Lucas 15:7 que ¡los ángeles de Dios hacen fiesta!
Nuestro Padre Celestial, representado en esta parábola por el padre del hijo pródigo, nos hace ver que Él está dispuesto a recibir a todo aquel que le busca arrepentido. Pero no le espera de forma pasiva, sino que Dios sale al encuentro del pecador para recibirle.
Esa actitud de Dios de salir al encuentro del pecador contradice la idea equivocada que muchos tienen acerca de que Dios está ausente y enojado con el que se arrepiente. No es así. De hecho, es Dios quien propicia que una persona vuelva en sí, reconozca su pecado y, por medio de su Espíritu, lo impulsa a buscarle para ser perdonado.
Así que, todo aquel que ha pecado puede confiar que no será rechazado por Dios si le busca arrepentido. Dios saldrá a su encuentro para ponerse a cuentas y reconciliarse.
¡Bendiciones!
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