Atrapadas- Rosalina Edmonson

Este apreciado y leal marine tuvo una infancia marcada por la tragedia.

Nació en la cárcel porque su madre fue condenada por matar a su padre.

De adulto, se alistó en la marina.

Cuando comenzó su carrera naval, el amor llamó a su puerta.

Deseaba formar una familia, encontrar a alguien que lo cuidara y lo quisiera.

Ella tenía una hija, ya tenía una familia.

Pero su relación se vio troncada por un crimen brutal.

Nunca me olvidaré de la imagen de su rostro cuando le dimos la vuelta.

Parecía que alguien le había dado una buena paliza.

¿Qué diablo se está haciendo aquí? Pensé.

Con un asesino despiadado suelto, los agentes se adentraron en un intrincado laberinto de manipulación y codicia en busca de la verdad.

Tuvo que cerrar su cuenta bancaria porque ella se había empeñado en vaciarla.

Dijo que los pilló juntos en la cama.

Cuando ella se marchó, él se quedó hablando con un tipo de cabello largo y rubio y barba enmarañada para comprarle LSD.

Ya le advirtieron de que tuviera cuidado.

Finalmente, las palabras de un hombre muerto llevaron a los agentes hasta su asesino.

Pensó que si alguna vez le pasaba algo, solo tenía que leer su diario, que ahí estaría todo explicado.

No cabía ninguna duda de que aquello fue un asesinato en toda regla.

En la mañana del 29 de diciembre de 1981, los servicios de emergencia del condado de Kitsap, Washington, recibieron una llamada de John Tibbits, de 25 años.

John les dijo que esa mañana había descubierto algo espantoso mientras paseaba por una zona apartada.

La zona era muy remota, con senderos estrechos y carreteras pequeñas, donde apenas cabía un coche.

Él estaba paseando y se topó con un cadáver.

Estaba tirado boca abajo, en el suelo, sobre un charco de barro.

Volvió a su casa y llamó a emergencias.

Y así fue como se involucró en la investigación.

Nos dirigimos a la zona de Flora Lake para ver al denunciante.

Mientras nos acompañaba hasta el lugar de los hechos, vi a lo lejos un bulto que parecía ser ropa, pero al acercarnos me di cuenta de que se trataba de un cadáver.

Yacía en un charco de unos cinco o seis centímetros de profundidad.

Vestía unos vaqueros que estaban bajados por debajo de las nalgas, y vi que en el bolsillo trasero había una cartera.

Había un documento de identidad de la base naval de Bangor que identificaba al tipo como Bill Edmonson.

Nacido el 14 de septiembre de 1958, en Scranton, Pensilvania, Bill Edmonson tuvo una infancia marcada por la tragedia.

Nació en una cárcel de Pensilvania porque su madre fue condenada por matar a su padre.

Se crió en una casa de acogida.

Tuvo una infancia realmente dura.

La madre de Bill fue declarada culpable de homicidio y condenada a diez años de prisión en una escuela industrial para mujeres.

Tras cinco años, obtuvo libertad condicional, así que tras ser puesta en libertad, Bill pasó el resto de su infancia con ella.

Después de graduarse en el instituto, Bill se alistó en la marina y, después de cuatro años, logró reincorporarse para trabajar como administrativo de oficina.

Bill fue destinado a la base naval de Bangor en el condado de Kitsha, Washington.

Aunque le gustaba su trabajo, a los 23 años tenía claro que quería tener algo más que un trabajo.

Siempre tuve la impresión de que él deseaba formar una familia una relación, encontrar a alguien que lo cuidara y... lo quisiera.

Bill habría sido un padre excelente, porque era amable y se notaba que le encantaban los niños.

Una noche, en un bar cerca de la base, Bill conoció a Rosalina Manzi, de 26 años.

Ella era la hija de su padre.