La Base 6x2 | China da un paso adelante frente al declive de EEUU

El presidente chino, Xi Jinping, afirmó el domingo que la Organización de Cooperación de Shanghái asume mayores responsabilidades para salvaguardar la paz y la estabilidad regionales, e impulsar el desarrollo de diversos países en un mundo marcado por crecientes incertidumbres y cambios acelerados. Sí, subrayó que la organización desempeñará un papel cada vez más importante en promover la unidad y la cooperación entre sus miembros y en dar más fuerza al sur global. El mundo está cambiando a pasos agigantados.

La consolidación de China como gran actor contrahegemónico que postula otra gobernanza internacional es quizá la variable más significativa. Pekín defiende una forma distinta de influencia mundial y solo el tiempo dirá cuán sostenible es y qué tan nociva es para todos los actores no chinos. En cualquier caso, supera las formas del Tío San y establece otros criterios de relaciones internacionales. Otras corrientes ponen en jaque el mundo que hemos conocido desde los años 90 y en realidad que hemos conocido desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

El auge de los BRIC, la emergencia de Rusia, India, Brasil, el sudeste asiático, con Vietnam o Camboya como jugadores de primer orden, el reforzamiento militar de Irán o de Corea del Norte, o la siempre inacabada integración latinoamericana para un desarrollo autocentrado, todos estos factores convergen en un punto. El sueño unipolar yanqui está muerto, antes ni siquiera de haber terminado de nacer.

Vayamos por supuesto a Lenin. La teoría del imperiadismo desarrollada por el líder Bolchevique fue decisiva para comprender el final del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX y con algunas actualizaciones también es una herramienta muy valiosa para entender y estudiar la fase actual del esquema imperial.

Sea como fuere, lo central es que Lenin expuso que su periodo contemporáneo, el cierre del siglo XIX y la apertura del siglo XX, estaba marcado por la disputa entre las potencias imperialistas. Esa disputa interimperialista se centraba en el dominio de las posesiones coloniales y sus ventajas económicas.

Aquel esquema ciertamente cambió en 1945. Había que enfrentarse a la URSS. La existencia de un gigantesco polo no capitalista en torno a la Unión Soviética, junto a la experiencia traumática de la Primera y de la Segunda Guerra Mundial, empujó a las potencias imperialistas a unirse. De esta manera dieron forma a un bloque imperialista, colectivizado de alguna forma, liderado jerárquicamente por los Estados Unidos, que habían salido fortalecidos de una guerra que no se libró en su territorio.

Washington salió de aquella experiencia como la gran potencia imperialista, es decir, el Estado imperialista con mayor capacidad para subyugar al resto de países imperialistas. Era tal la superioridad de los Estados Unidos que el resto de potencias imperialistas vieron más razonable subordinar sus intereses imperiales particulares al imperialismo mayor.

De esa manera, la Casa Blanca pudo establecer un esquema de poder colectivo que hacía converger los intereses imperiales de Europa, Japón, Australia y Estados Unidos. Washington era el hegemón cuyo paraguas habría de proteger al resto de imperios haciendo valer sus intereses individuales siempre y cuando no entrasen en conflicto. El engranaje del imperialismo colectivo estuvo bien engrasado durante muchas décadas.

Los imperios no competían, si acaso como mucho discutían por minucias, y juntos dominaban a las periferias, se repartían los dividendos según el criterio estadounidense y buscaban tumbar toda alternativa al capitalismo imperialista en el mundo. Así cargaron contra la Unión Soviética, contra China, contra Vietnam, contra Laos, contra Corea, contra Burkina Faso, contra Cuba, contra Chile, contra todos.

La solidaridad militar de la que hablaba Claudio Katz se conjugó con la asociación económica interimperialista. Y hasta la década de los 90 esta fue la dinámica general del imperialismo.

Se impidió el triunfo de las experiencias socialistas, se dominó a las periferias, se aplastaron los procesos de liberación nacional y se aclavó con el desarrollo autónomo del sur global. Además se apoyaron a los movimientos contrarrevolucionarios y fascistas de medio mundo y sobre todo se logró el colapso de la Unión Soviética. Fueron éxitos no para la humanidad, fueron éxitos para el capitalismo y para el imperialismo.

Con Moscú fuera de juego y dirigido por una élite oligárquica que se encargó de echar por tierra todos los éxitos sociales de la Unión Soviética y al mismo tiempo de exacerbar todos sus vicios heredados, pues no había enemigo supremo. Aquel fin de la historia dio de sí el establecimiento de un nuevo gran enemigo temporal, el terrorismo. Si bien lo fundamental del día de hoy es el terrorismo, el terrorismo es el terrorismo, el terrorismo es el terrorismo.