
BEx.- El Mercado Negro del Jurásico: Cuando los Dinosaurios se Venden al Mejor Postor

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¿Sabías que más de la mitad de los fósiles valiosos de T. rex no están en museos, sino en salones privados de millonarios y fondos de inversión? En esta Bola Extra de DIAS EXTRAÑOS descubrimos cómo el mercado de subastas ha convertido los huesos de dinosaurio en el nuevo objeto de deseo de los ultrarricos, dejando a la ciencia en la cuerda floja. ¿Qué pierde la humanidad cuando los fósiles se convierten en símbolos de estatus? ¿Hay soluciones para que el pasado siga siendo de todos? Un viaje entre martillos de subasta, cazadores de fósiles y el eterno pulso entre lujo y conocimiento.
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Hoy vamos a hablar del rey absoluto del Cretácico, el mismísimo tiranosaurio Rex, porque vuelve a estar en peligro, y esta vez no por un meteorito, ni por una glaciación, ni por una invasión alienígena, no, esta vez el enemigo es mucho más prosaico, y tiene nombre, el dinero.
Para que entendamos a lo que me refiero, tenemos que viajar en el tiempo, pero no tanto como sería de esperar hablando de dinosaurios, no hace falta viajar al Jurásico.
Basta con echar la vista atrás a 1997, cuando el mundo de la paleontología dio un giro inesperado.
Ese año el esqueleto de Sue, una de las más completas y espectaculares piezas de tiranosaurio Rex jamás encontradas, salió a subasta, y el resultado fueron 8,36 millones de dólares.
Un dineral para la época, y lo más importante, un antes y un después.
De repente los dinosaurios dejaron de ser un asunto de científicos y museos, y habían entrado por la puerta grande en el circuito de los grandes lujos, de los caprichos millonarios, de las pujas frenéticas.
Pero si lo de Sue te parece mucho, prepárate, en 2020, otro tiranosaurio Rex conocido como Stan, rompió todos los récords anteriores al alcanzar los 31,8 millones de dólares en Cristis.
Sí, habéis oído bien, más de 30 millones por un esqueleto de un depredador de hace 66 millones de años.
Un precio digno de un Picasso, de un diamante rosa, o de un apartamento en Central Park.
Y si creías que habíamos tocado techo, en 2024 aparece Apex, un extegosaurio, que ni siquiera era un T-Rex, pero que arrasó en Sotheby's con la friolera de 44 millones de dólares.
¿Quién da más? La fiebre de los fósiles había superado a la de los grandes maestros del arte.
Claro, pero llegados a este punto, uno se pregunta ¿Quién compra un dinosaurio? Bueno, pues en la mesa de estas subastas hay multimillonarios de Silicon Valley, magnates del petróleo, fondos de inversión que diversifican entre criptomonedas y dinosaurios, y hasta algún que otro gurú del arte contemporáneo que decide que, entre un Warhol y un Banksy, pues se quedan con un estupendo T-Rex de 4 metros.
Porque en la economía del exceso, los fósiles se han convertido en el símbolo supremo de status.
Oye, tener un Picasso está bien, pero tener un T-Rex en el salón, eso es literalmente otra especie de riqueza. Hay ricos, y luego están los que tienen un dinosaurio aparcado junto al Bugatti. El mensaje es claro. Oye, tú tienes tu Rolex, qué bonito, pero yo tengo el depredador más temible de la historia custodiándome la cava de vinos.
La realidad es que más allá del glamour de las subastas, la ciencia está perdiendo la batalla por los dinosaurios. Vamos con los datos duros, esos que no dejan lugar a interpretaciones.
Hoy por hoy, de los 141 ejemplares científicamente valiosos de T-Rex que se conocen en el mundo, 71 están en manos privadas. Sólo 61 permanecen en museos, universidades o instituciones públicas, donde los investigadores puedan estudiarlos, compartir sus hallazgos con el mundo.
¿Y cómo hemos llegado a ese desequilibrio?
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