La buena onda - PGM 1918 (23 Abril 2024) Editorial sobre los -enchufes- y Día de Castilla y León

Las 2 de la tarde. Hoy me encuentro aquí para hablar sobre un tema que muchas veces se murmura en los pasillos, se comenta en voz baja o se menciona con resignación. Hablo ni más ni menos que del enchufe. Ese acto de conseguir un empleo no por méritos propios sino por el favor de un amigo, de un familiar o de un conocido influyente. Más grave aún cuando la persona que ocupa ese cargo carece de la preparación necesaria y termina por cerrar las puertas a quienes sí podrían desempeñarlo con competencia y compromiso.

No se trata de señalar con el dedo sino de reflexionar juntos, porque cada vez que alguien accede a un puesto por el simple hecho de tener una amistad con alguien poderoso se está sembrando una injusticia silenciosa. Y cuando esa persona además no está a la altura del reto, la injusticia se convierte en un obstáculo colectivo.

El enchufe es una forma de corrupción blanda. No lo vemos como un delito grave, pero corroe los cimientos de la equidad y la eficiencia. ¿Qué mensaje estamos transmitiendo cuando el talento, la preparación, la dedicación y la experiencia son desplazados por la amistad o los favores? El mensaje es claro, no importa cuánto te esfuerces si no conoces a la persona adecuada porque puedes quedarte fuera. Y esto, queridos y queridas, es profundamente desmoralizante.

Imaginemos a una joven recién graduada. Estudió con la INCO, hizo prácticas, se formó en idiomas, tiene ideas frescas y ganas de contribuir. Pero al momento de aplicar un trabajo se le adelanta a alguien con menos formación, con menos experiencia y con menos interés, solo porque es amigo del jefe o familiar de alguien en la dirección. ¿Qué puede pensar esa joven? ¿Qué puede sentir? Frustración, impotencia, desilusión. Quizás se esfuerce más o quizás se rinda.

Y eso no solo le afecta a ella, nos afecta a todos. Porque perdemos un talento valioso, una mente preparada, una oportunidad de avanzar. Ahora hablemos de la persona que entra por enchufe y no está preparada. Quizás piense que no pasa nada, que aprenderá sobre la marcha. Pero en muchos casos no es así, porque los cargos tienen exigencias, porque hay decisiones que tomar, responsabilidades que asumir y conocimientos que nos improvisan.

Y cuando esa persona no cumple, el equipo lo resiente. La productividad baja, los conflictos aumentan y la moral del grupo se deteriora. ¿Quién paga las consecuencias? No solo el individuo, sino toda la organización. El ensufado incompetente puede convertirse en un freno. No solo no aporta, sino que impide que otros brillen.

En muchas ocasiones, además, esa persona se aferra al cargo, teme ser reemplazada, se vuelve defensiva y comienza a bloquear la entrada de nuevos talentos. Se convierte en una barrera para el crecimiento colectivo. Y ahí el daño es mayor. No permitir el paso a nuevas personas es otro gran problema. El mundo está cambiando a un ritmo vertiginoso. Las nuevas generaciones traen consigo ideas innovadoras, manejo de tecnologías, una visión más amplia e inclusiva.

Y si no dejamos espacio para que ingresen al mundo laboral, si mantenemos estructuras cerradas y cargos ocupados por amistades sin mérito, nos condenamos al estancamiento.

La diversidad, la renovación, el relevo generacional son necesarios para que cualquier institución, empresa u organismo siga creciendo. Y eso solo es posible cuando los puestos se ganan con justicia, cuando se abren convocatorias transparentes, cuando se evalúa a las personas por lo que saben y por lo que pueden aportar, no por a quién conocen.

Sé que hay quienes dirán que todos lo hacen, que así funciona el mundo, que es mejor tener a alguien de confianza. Y no voy a negar que la confianza es importante. Pero no puede ser la única ni la principal razón para contratar a alguien. Porque al final lo que debería importar es la competencia, la preparación, la actitud, etc, etc, etc.

Y también hay que ser honestos. Muchas veces quien entra por enchufe ni siquiera pidió ese favor. Lo hicieron por él. Lo empujaron a una silla que no le correspondía. Y esa persona vive luego con el peso del señalamiento, con la duda constante de si realmente lo merece, con la inseguridad que produce.