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By iVoox Audiolibros El umbral de las brujas 2
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Capítulo 1

Capítulo 1

6/10/2025 · 15:35
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El umbral de las brujas 2 - Capítulo 1

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El umbral de las brujas II de Ernesto Murguía. El miedo a ganar.

Faltaban dos vueltas para terminar la carrera cuando vio a la araña.

—Concéntrate en la pista. Fue la orden mental. Concéntrate y no te preocupes por tonterías.

Pero no era una tontería. Era una maldita tarántula.

Pequeña, cierto, apenas un remedio de la criatura negra que se le aparecía en sueños y amenazaba con tragarlo vivo. Aún así, Alberto Quiroga sintió que sus músculos, exhaustos tras 90 minutos de esfuerzo, se tensaban de miedo. —¡Concéntrate, carajo! Apenas recompuso a tiempo, justo cuando la curva aperaltada, la más peligrosa del circuito, se le venía encima. Bastaba un error para que el auto terminara hecho pedazos, tal como le pasó a Ricardo Rodríguez unos años atrás. O a Santiago Peredo, compañero de Alberto en el equipo Ford Santa María. Su vehículo se incendió tras la volcadura.

Los paramédicos de la Cruz Roja tardaron una hora en sacar el cuerpo.

El Otus resbaló la aperaltada sin peligro y se enfiló hacia la recta principal. Al borde de la pista, miles de fanáticos levantaron los brazos en señal de apoyo.

Esas personas no deberían estar allí, amontonadas junto al paso de los bólidos, sino en la tribuna del autódromo. El ejército iba a cuidar el orden. Ni un militar se presentó, y el público aprovechó la falta de vigilancia para brincarse a la pista.

Entre los conductores se planteó la posibilidad de cancelar la carrera.

¿Después cómo iban a salir? ¿Qué iba a pasar con los autos? Hasta Jackie Stewart, el señor seguridad de la Fórmula 1, reconoció que la masa enfurecida no iba a tolerar un desaire.

Además, era el último premio del año, la carrera donde saldría el ganador del Campeonato Mundial 1970. Ningún competidor, menos alguien del calibre de Stewart, iba a quedarse con la incertidumbre de saber quién se llevaría el trofeo.

Alberto aprovechó la recta para echar un vistazo a la araña. El vientre peludo, las patas adheridas al tablero, negras y retorcidas como cables chamuscados.

Imposible que el insecto se mantuviera allí cuando el viento en la cabina se colaba a doscientos kilómetros por hora. Pero una carrera de Fórmula 1 se encontraba llena de imposibilidades. Todos lo sabían. Un bache mal rellenado, un poco de aceite a la entrada de una curva, una falla del motor, incluso un perro a media pista, como le sucedió al mismo Jackie Stewart unas vueltas atrás. Un callejero salió de la nada y se le cruzó a media pista. El monoplaza del inglés quedó averiado. El perro se desintegró por el impacto. Adiós título. Adiós campeonato mundial.

El juez de meta levantó su bandera para indicar la última vuelta. El Lotus D Alberto dejó atrás a los fanáticos y fue en busca del puntero, el suizo Clay Regazzoni. Ni la tarántula, ni la pista, ni los demás pilotos. Nadie iba a impedirle ganar. Era la misma sensación que experimentó cuando se llevó el gran premio de Puebla conduciendo para el gordo Villegas.

El empresario era bien conocido en el super servicio Becerra, el taller mecánico donde trabajaba Alberto. Aparte de cuidar obsesivamente su flotilla de automóviles, el orgullo del gordo era un Porsche 550 Spyder, plata, impecable, igualito al de James Dean. Villegas tenía la costumbre de tirar el encendedor del auto por la ventana como si fuera un cerillo cada vez que encendía un puro.

En vez de cuestionar este hábito, el dueño del taller consiguió un proveedor en San Antonio. Le enviaba una remesa mensual, lista en caso de que su mejor cliente se apareciera de improviso. «Me dicen que eres bueno corriendo», comentó el gordo de pasada mientras aguardaba su provisión. «Más o menos». «¿Más o menos, sí, o más o menos no?» «Más o menos sí, señor Villegas». «Puedes llamarme gordo. Todos me dicen así». «Sí, señor Villegas».

El gordo sonrió. Para entonces, Alberto se había hecho fama como el mejor piloto de la región corriendo go-karts en el Circuito Héroes. «El Graciento», lo apodaban el resto de los conductores, «todos provenientes de la ciudad».

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