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By iVoox Audiolibros Después del amor y otros cuentos
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Capítulo 4

Capítulo 4

6/10/2025 · 22:33
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Después del amor y otros cuentos - Capítulo 4

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La chica de Newton. Los dientes de la chica de blanco centellean al unísono con su vestido cuando brindan su amplia y satisfecha sonrisa.

La chica de blanco es una mujer formal. No sabía dónde ni con quién estaba.

Levantó la cabeza. Se restregó los ojos.

Se puso de pie. Fue hasta el baño.

Prendió la luz. Nadie.

Se vio en el espejo. Totalmente desnuda.

Despeinada, con los ojos hinchados. Sintió un poco de frío.

De náusea. Se acercó a la ventana.

Abrió la gruesa cortina. La luz inundó la habitación.

Ya era de mañana. El sol le daba de frente.

Intenso. Amenazador.

Candente. Por fin pudo recordar.

Estaba en un motel. En las afueras de la ciudad.

Había vomitado. De eso se acordaba.

Y luego venía una larga amnesia. ¿Qué hacía allí? ¿Con quién había estado? ¿Por qué estaba sola? ¿Dónde estaba su ropa? Llegó vestida de rojo.

El cabello rizado de color castaño claro. Un poco de acné en la cara y unos ojos grandes de color de miel, que parecían mirar siempre por encima con un poco de desconfianza y de ironía. ¿Por qué no vamos a tomar un café al ramada? Le dijo ella mirándolo a los ojos.

Todos. En grupo. Él notó que lo miró a él.

Con curiosidad. Con extrañeza.

No le llamó la atención. Era la primera vez que estaba en la ciudad.

Era un perfecto desconocido, salvo para los que lo habían invitado por el libro que había escrito sobre el pintor Joaquín Clausel. Estaban al final de la inauguración de una exposición retrospectiva. Los cuadros, enormes, ricos en textura y colorido, iluminaban las paredes de la antigua iglesia de San José.

La gente bebía la última copa de vino blanco. Los meseros habían dejado de servir y ya recogían las copas. En el museo quedaban solo unas cuantas personas, además de ellos.

«No puedo resistirme a tocarlo», se dijo para sí Berta, vestida de morado, mientras iba en el automóvil con Gilberto, el secretario particular de su padre. Gilberto era un poco mayor que ella, moreno, robusto, callado, eficiente. Cumplía con las obligaciones que le encomendaba su padre sin chistar. No tenía horario, ni vida personal. No trabajaba, sino que militaba a las órdenes de su padre, que si como familiar era muy difícil, como jefe era prácticamente imposible.

Gilberto tenía que adivinar lo que su papá pensaba. Si estaba o no a gusto en una reunión, si deseaba que él se retirara o que se mantuviera cerca, si alzaba una ceja en señal de vete por unas cervezas o por unas chavas, o si empezaba a gritarle y a insultarlo solo con el afán de desquitarse por algún contratiempo totalmente ajeno a él, ya fuera por negocios, por problemas familiares o simplemente porque estaba de mal humor.

Ese era Gilberto. De origen humilde y sencillo de carácter, pero, según palabras de su propio padre, trabajador, inteligente y sobre todo muy leal. Por lo común, Berta veía a Gilberto en casa, muy temprano en la mañana o a la hora de almorzar, sobre todo cuando su padre dormía la siesta. El despacho de su padre estaba exactamente junto a su cuarto, y el baño del despacho estaba contiguo al de su recámara. Por eso, a veces, cuando ella sabía que su padre dormía la siesta y que Gilberto estaba trabajando en la oficina, ella pasaba de aquí para allá y conversaba con él, a veces brevemente, a veces casi toda la tarde, hasta que su papá despertaba y la mandaba a estudiar.

En ocasiones, oía a Gilberto entrar al baño y escuchaba el chorro de orina que lanzaba al agua del inodoro y se preguntaba cómo lo tendría. ¿Moreno, como su piel? ¿Largo o corto? ¿Gordo o delgado? ¿Estaría circuncidado? No, no, generalmente la gente humilde no. Ahora Gilberto la lleva a Lerma en el automóvil de su padre, aprovechando un poco que su patrón dormía la siesta. Van a casa de Sonia, su amiga, con la que se reunirá para hacer un trabajo de sociología que le encargaron en la Facultad de Derecho. «Ya estamos cerca», dice ella aprovechando para darle unas palmaditas en la parte superior del muslo a Gilberto, que gira los ojos cautelosos.

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