

Description of Capítulo 40
La hija del médico - Capítulo 40
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38. Alice. La playa de Árvenes. Han pasado tantas cosas allí que es imposible que no la tenga en mente hoy. Supongo que por eso estoy diseñando una nueva colección de tarjetas de felicitación con temática playera, inspiradas en esa playa cercana a mi casa en este pueblo, esa extensión de arena, esas aguas turbulentas y la gente que la visita. Ahora lo estoy dibujando todo, creando nuevas tarjetas que pueda vender y que me ayuden a hacer crecer mi negocio. Parece que las cosas van bien últimamente y me siento más positiva que nunca. Supongo que la razón es obvia.
La mujer del médico ya no proyecta su sombra sobre mi vida. Han pasado tres meses desde aquel día en la playa en el que Fern, tras su inesperado regreso a Árvenes, permitió que la detuvieran por los crímenes de los que se había librado durante tanto tiempo. Son algo más de noventa días los que lleva ya sin libertad, aunque eso no es nada comparado con lo que le espera en el futuro. Al haber confesado todo no hubo necesidad de juicio, y Fern Devlin fue condenada la semana pasada en una lluviosa mañana de viernes. La vista se celebró en el tribunal de la corona de Manchester después de que el de Carlyle se considerara demasiado pequeño para celebrar un proceso tan importante.
Dado el enorme interés mediático en torno al caso de Fern, fue necesario un tribunal más grande para dar cabida a los periodistas de todo Reino Unido, que estaban ansiosos por presenciar la sentencia de la mujer sobre la que tanto habían escrito. También había reporteros de París. Varios intrépidos periodistas franceses cruzaron el Canal de la Mancha porque también tenían interés en el caso, ya que las acciones de Fern habían llegado hasta su ciudad y mantenían a sus lectores enganchados a cada nuevo artículo que se escribía sobre ella.
Estuve presente en el tribunal, junto con mi hija. Nos vestimos de forma discreta para no llamar la atención, aunque fue inútil porque nos sacaron miles de fotos antes de que subiéramos los escalones de la puerta del tribunal. Fue duro estar de nuevo bajo los focos de los medios de comunicación, así como tener que volver a hablar con la policía, que necesitaba corroborar algunos detalles con nosotras en relación con la confesión de Fern. Pero había que hacerlo.
Teníamos que estar allí, y, como fuimos, pudimos presenciar el momento en que la viuda del médico por fin recibió su castigo. —¿Puede ponerse en pie la acusada para escuchar su sentencia? —pregunta el juez Clary, un hombre de sesenta años con el ceño permanentemente fruncido que ha estado al frente del proceso. El juicio ha consistido en un largo y brutal relato de todos los delitos de los que es culpable Fern Devlin, por lo que el juez no es el único en la sala que parece cansado. Pero nadie parece más cansado que la mujer que se pone en pie en este momento. Cuando veo a Fern levantarse, no veo a una asesina fría y calculadora con talento para el asesinato, el fraude y para decir más mentiras de las que la mayoría de los seres humanos podrían siquiera soñar.
Lo único que veo es a alguien que solo quiere que todo esto termine para poder enfrentarse a lo que le espera. Por suerte, el juez está a punto de decirle exactamente qué es. Fern Devlin, aunque los cargos que se le imputan son graves y aborrecibles, el tribunal debe agradecerle la forma en que se ha comportado durante este procedimiento. Ha sido abierta y cooperativa, lo que ha permitido al equipo jurídico que la rodea trabajar con eficacia y acelerar este proceso de manera significativa.
Al hacerlo, también ha evitado a sus víctimas, algunas de las cuales se encuentran hoy en este tribunal, cualquier angustia añadida a la que ya les había causado, y sé que están agradecidas por ello. Yo mismo he hablado con ellas durante este proceso. Sin embargo, eso no significa que debamos olvidar que usted prolongó deliberada y estratégicamente el sufrimiento de todos los implicados al darse a la fuga y vivir con una identidad falsa para eludir su captura. Mucha gente se ha visto afectada por sus decisiones egoístas, y me aseguré de obtener testimonios precisos sobre el alcance y la magnitud de los daños que causó.
El juez me miró entonces y recordé la breve conversación que habíamos mantenido, en la que me preguntó cuál había sido el mayor impacto de las acciones de Fern en mi vida. Yo le respondí con la misma sencillez, diciéndole que lo peor que me había pasado era haber perdido tantos años de la infancia de mi hija por innumerables preocupaciones, que un día creciera y se traumatizara con la noticia de lo que le había ocurrido a su padre. Obviamente,
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