

Description of Capítulo 7
El umbral de las brujas 2 - Capítulo 7
This content is generated from the locution of the audio so it may contain errors.
POSTALES DESAMPARADAS 1. TIEMPO DE CALIDAD.
—¿Qué se te antoja? —preguntó Ricardo. —¿Un refresco? ¿Una naranjada? Diego no dio señales de escucharlo. Llevaba una playera negra con un diablito de caricatura estampado al frente y una frase que decía, «God's busy, can I help you?». Una argolla plateada se destacaba en su ceja.
—Una naranjada —respondió por fin. Ricardo buscó a la mesera. Como no la encontró, intentó llamar a una joven de uniforme que regresaba de entregar una orden dos cabinetes atrás.
—Señorita, le encargo un americano y una... —Enseguida lo atienden.
Repuso la mesera y lo dejó con la mano levantada. —¡Carajo, qué servicio! —comentó Ricardo.
Una tonadita electrónica resonó a todo volumen en el celular de Diego.
—¿Qué onda? —Bien, aquí.
—Estamos en... ¿Dónde estamos? —En el Denny's.
—En el Denny's —dijo Diego. —De reforma —agregó Ricardo.
—Vamos a ver una película. —Pues sí, pero ya compro los boletos.
—Empieza a las siete. —Yo creo que como a las nueve y media.
—Ya sé, mamá. ¿Qué quieres que haga? Ricardo se volvió hacia un lado y observó la avenida a través del ventanal. Autos en movimiento, la glorieta del ángel de la independencia. Entre los coches llamó su atención un Lincoln gris adornado con moños y listones, detenido frente a las escaleras del monumento. —Esa no es mi bronca.
—Ya te dije. ¡Hazle como quieras! El chofer de traje negro con gorra y corbata bajó del vehículo, abrió la puerta trasera y extendió la mano para ayudar a sus pasajeros. Una gorda con traje de novia, seguida por un tipo de smoking.
—Cuando llegue, vemos. Pero desde ahora te digo, me chocan esas reuniones.
La pareja esperó a que un hombre canoso con estuche de piel colgado al hombro saliera del vehículo.
—Nos vemos al rato. Si me habla el huevas, le dices que como a las diez.
—Nueve y media. Diez. Es igual. Bye. Diego dejó el celular sobre la mesa.
—¿Cómo chinga? murmuró. El teléfono volvió a sonar.
—¿Ahora qué, mamá? —Pues claro que está aquí.
Ni modo que dónde. Diego volteó hacia Ricardo.
—Dice mi mamá que ya estamos a principios de mes. El lunes le deposito.
—¿Qué lunes? —Que no se te olvide.
—El lunes, sí. —Ya le dije.
—Mamá, no exageres. De verdad, no voy a ir.
El canoso ajustaba un tripié. Frente a él, los novios aguardaban nerviosos. Algunos automovilistas les chiflaban. Otros tocaban el claxon.
—Bueno, conste. —Sí, ahorita le digo. Bye.
Diego cortó la comunicación. —Mi mamá te manda saludos.
—También a Lorena —dijo mientras guardaba el teléfono.
Ricardo no comentó nada. Se apuró a interceptar al gerente que caminaba apurado hacia la cocina.
—Llegamos hace diez minutos y nadie nos ha tomado la orden.
—Disculpe, señor. En un momento le mando a alguien.
—A huevo quiere que vayamos con mi tío Manuel —agregó Diego.
—¿Siguen viviendo en Vista Hermosa? —Vista hermosa. Vista fea. Hasta casa de la chingada. —Pero te llevas bien con tu primo, ¿no? —Es un ñoño. Además ya tengo plan. —¿Por qué no va ella? —Que le hable a Cari. —Es lo que le digo.
—Ya la conoces, pinche vieja loca. —Diego.
—Es la verdad. Nomás anda viendo a quién chinga.
Diego echó el cuerpo hacia atrás y estiró las piernas. Sus botas industriales sobresalían del asiento y estorbaban el pasillo. Ricardo estuvo a punto de pedirle que se sentara bien, pero se contuvo cuando una mujer de cabello corto y lunar en la barbilla se aproximó a la mesa.
—Buenas tardes. ¿Qué se les ofrece? —Una naranjada y un americano, por favor.
—¿La naranjada normal o mineral? No hubo respuesta.
—¿Normal o mineral? —preguntó Ricardo.
—Como sea. —Mineral —dijo Ricardo.
—Una naranjada mineral y un americano. La mesera apuntó en su libreta y se alejó rumbo a la cocina. El celular sonó otra vez.
—¿Diego?
Comments of Capítulo 7