Chapter 5

Quinto. Fueron épocas buenas, de eso no hay duda. No había estadio en el que no batearas de honrón, ni lanzador que no te temiera. Eras la sensación del béisbol colombiano.

Vinieron los pelaos. Primero Venturita, dos años después, Nacho. Y a pesar de lo poco que ganabas en el muelle, todo sobraba, y entonces no creíamos en nada ni en nadie. ¿Te acuerdas? Todo parecía maravilloso, y en ese momento nadie podía imaginar que algo malo podía suceder.

Y fíjate que yo te lo decía y te lo repetía. Mira, mijo, que la fama y la gloria no duran toda la vida. Recuerda que las cosas buenas duran poco y las sabrosas hacen daño. Mira que en esta Cartagena de carajo no andan con vueltas para desbaratar cualquier prestigio.

Pero tú no me parabas bolas. Claro, como cada día te iba mejor y como por esos días el obispo y el gobernador te canonizaron por decreto y te declararon héroe local, con la plaza de la aduana llena de gente que te ovacionaba, no caminabas, levitabas, como si no fueras de este mundo. Y como en esos momentos uno no ve venir los años, ni vislumbra nada, entonces te olvidaste de vivir tu otra vida, tu vida sin fantasías, tu vida de verdad, verdad. La de Ventura Miranda Pérez, ciudadano común y corriente, empleado del terminal marítimo, casado, con dos hijos y con un sueldo de mecánico, que sólo alcanzaba para medio vivir.