

Description of Chapter 8
La pelota caliente - Chapter 8
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¡Octavo! Nunca he podido olvidar esa noche, ¿y sabes por qué? Porque fue la última noche de mi felicidad, la anterior a su desgracia. Fíjate tú lo que son las vainas. Precisamente cuando ya parecía que habíamos sorteado juntos las incomprensiones cotidianas, y le habíamos ganado los primeros obstáculos a la adversidad, y la vida se nos pintaba color de rosa y todo parecía que nos iba a salir bien, lo recuerdo como si fuera hoy, como si no hubiera vivido más después de eso.
Esa noche no durmió, parecía que algo lo hubiera estado torturando, como si algún animal lo hubiera estado mordiendo por dentro. Daba vueltas en la cama, se enredaba entre las sábanas, emitía sonidos guturales, decía incoherencias, encendía la luz, miraba el periódico, apagaba la luz, la volvía a encender, se ponía de pie, sacaba el uniforme y lo miraba.
Hablaba solo. Leía nuevamente el periódico y así toda la noche, hasta un poquito antes de amanecer.
Nunca lo había visto así. Me dijo sin que se lo preguntara que los Yankees de Nueva York habían enviado a un tipo desde los Estados Unidos expresamente para que lo viera jugar, para que apreciara sus virtudes y que eso era lo que lo tenía así, porque quería que la noche volara para demostrarle al gringuito ese cuánto valía él, para convencerlo de su poder al bate y probarle que su fama no era paja ni inventos de la gente, porque él era un jonronero de verdad, como The Babe Ruth o como cualquiera de esos monos grandotes que juegan en las grandes ligas y que ganan montones de dinero.
Pero, ¿sabes una cosa? A pesar de lo que me dijo y conociéndolo como lo conocía, no le creí ni una sola palabra, porque yo sabía que lo que más lo atormentaba era lo otro, la responsabilidad que tenía con su gente, con toda esa multitud que tanto lo quería y que tenía las esperanzas puestas en sus jonrones y en sus grandes jugadas.
Las esperanzas de ver resurgir el béisbol colombiano, ser campeones mundiales para revivir la gloria del deporte que tanto nos apasionaba, una gloria que se ha ido desvaneciendo poco a poco, volviéndose a recuerdo y corriendo el riesgo de ser asimilada por el olvido. Yo lo sabía y se lo dije y todavía lo sostengo, que era eso, era eso lo que más le preocupaba y no el gringo de los yankees de Nueva York como quería hacerme creer.
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