

Description of Chapter 9
La pelota caliente - Chapter 9
This content is generated from the locution of the audio so it may contain errors.
¡Noveno! ¡Qué cosa, caramba! Tremenda preocupación. Estoy sudando como el diablo. Tengo un miedo raro, un miedo terrible, y no me explico por qué. Nunca había sentido esta vaina. Es como el presentimiento de que algo malo va a suceder. Y es que la gente es complicada, Cuadro. Todos confían en el triunfo. Creen que ya somos campeones. Pero ¿qué va, mi hermano? El asunto no es tan fácil como parece. ¿Eso de ganarle a Cuba? ¿A los pupilos de Fidel? ¿A los padres del Sony La Rumba? No es cualquier pellejo de butifarra.
Con sus 20 estrellitas de campeones mundiales pegadas en la manga del uniforme. Y con todos esos gigantes que nada tienen que envidiarle a los monos que juegan en las grandes ligas. ¡Qué susto tan macho el que tengo llave! Créeme, ni el día que el Capi Castillo me entregó mi primer uniforme. Uf, loco. El número 21 y tal. Ya te digo, Rodrigo. El mismo de Roberto Clemente. Esa noche no dormí.
Camiseta y bombachos nuevos. Y a defender los colores del águila. Los gloriosos pajarracos de San Diego. Sí, señor. San Diego tenía un nuevo pelotero. Un big leaguer. Seguramente, porque en esos tiempos ya soñaba con ser grande. Por lo menos como el Chita Miranda. O el Tigre León. O la Yuya Rodríguez. Nada de medio palo como el Pato Espitia. Quien nunca pudo pasar de la banca en Getsemani.
Soñaba con llegar a las grandes ligas para demostrarle al mundo cómo es que jugamos los sandieganos. Para que todo el mundo sepa que somos bravos. De los que se la comen entera. Pero qué va, hermano. Los cartageneros estamos fregados. No me explico qué nos pasa. Somos como las gallinas. Aves de corto vuelo. Nos da miedo alejarnos del terruño. De las faldas de la mamá.
Mira que todavía a esta edad que tengo siguen mandando gente de los Estados Unidos para que me vea jugar. Y me hacen ofertas tentadoras y me prometen el cielo y la gloria. Y yo nada. Natilla. No me atrevo. Me entra cobardía. La única vez que te juro que pensé seriamente en irme y hasta arreglé mis papeles y todo, fue cuando se llevaron a la Yuya Rodríguez para el equipo AA de los Reales de Kansas City. ¿Te acuerdas? Me ofrecieron un buen billete y estuve dispuesto a irme. Dejar el trabajo en el muelle. Aventurarme. Vivir la vida en dólares. Lanzarme de frente a la existencia. Te juro que me ilusioné. Pero después de todo se dañó. Porque me dijeron que tenía que irme solo. Por lo menos el primer año. Un año. Un año sin Lola y sin los pelaos.
Un año solo y tirado al abandono. Y enseguida me empezó a entrar el arrepentimiento. Y no me fui para ninguna parte y aquí estoy. Pensando en el partido de mañana. Viendo cómo duerme Lola. Como un caracolito perfumado y murmurante. Además, a la Yuya no le fue tan bien como esperaba. Y parece que por ahí está de regreso. Ya lo veré otra vez manejando el jeep de la compañía telefónica donde trabajaba.
Y hablando paja en el palito de caucho. Y pensar que se puso tan aguajero y pedante cuando firmó el contrato. Claro que la oferta de los Yankees es diferente porque me puedo llevar a Lola y me estoy haciendo el pendejo. Como quien no quiere la cosa y estoy dándole vueltas a la vaina en la cabeza para ver qué resulta. Además, los Yankees son los Yankees. El mejor equipo del mundo.
Pero primero hay que pensar en el partido de mañana y después que venga lo que venga.
Comments of Chapter 9