

Description of Corrompiendo a mamá Libro III cap. 8
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Corrompiendo a mamá libro 3 barra barra capocho. La sala está envuelta en una penumbra sólo interrumpida por el parpadeo del televisor, que dice anuncios entre los gritos del partido de fútbol. A mi vez, yo estoy hundido en el sillón, las manos sudadas apretadas contra mis muslos, como tonto, tratando de ignorar el calor que me sube por el pecho. Federico está a unos metros de nosotros, hundido en su sillón favorito, una cerveza a medio beber en la mesa junto a él, sus ojos fijos en la pantalla fingiendo no estar al tanto de lo que estamos haciendo, simulando que su mundo entero depende de un gol.
Pero mi mundo está a punto de quemarme, porque mi madre está de pie frente a mí, su silueta perfecta haciéndola lucir como una diosa pervertida salida de mis sueños más enfermos. Su blusa blanca es tan fina que parece pintada sobre su piel blanca, empapada en el pecho donde sus tetas monstruosas, hinchadas por el embarazo, libran una guerra contra la tela. Los pezones, ahora más oscurecidos por su estado, y gordos como melones maduros, se marcan con una claridad que me quita el aliento, y la leche le brota sin consideración, gotas blancas y líquidas que resbalan por la curva de sus senos, goteando al suelo en un minúsculo charco pegajoso que brilla como una acusación.
Su barriga abultada, redonda y tensa, sobresale como un recordatorio de mi pecado, un recordatorio de que yo, su hijo, la preñé, le aventé todos mis espermas hasta convertirla en esta hembra desbordante. Mamá me mira con esos ojos azules que siempre me han cautivado, pero ahora hay algo más en ellos que me deja sin aliento, un hambre sucia, un deseo que me prende fuego hasta mis entrañas. Tito, mi amor, susurra, su voz temblando con una mezcla de nervios y deseo que me atraviesa como un rayo. No aguanto más, están tan llenas que me duelen. Al oírla siento como mi verga se tensa en los pantalones, traicionándome al instante.
Es mi madre, joder, y voy a tocarla aquí, en la sala, y claro que lo he hecho siempre, pero ahora con Federico a metros de distancia, ignorante de que cada gota de esa leche es una prueba de nuestro incesto, todo se vuelve más sordido. El morbo me consume, pero el miedo es una garra apretándome el pecho. Si Fede considera que todo esto es una mentira, que lo es, estaremos acabados. Por su parte, la tía Arlat está apoyada en el marco de la puerta, sus propias tetas hinchadas marcándose bajo una blusa gris que parece a punto de explotar, su sonrisa aladina brillando como si estuviera dirigiendo una obra maestra del caos. Alan, mi primastro, está a su lado, fingiendo revisar su teléfono, pero sus ojos no se apartan de Siugi, y yo siento una punzada de celos aunque sé que él está enamorado de su madrastra.
En fin. La sala es un campo minado, y yo estoy a punto de pisar la primera bomba.
Mi niño, por favor, insiste Siugi, acercándose un paso más, sus tetas goteando con más fuerza ahora, la leche salpicando el suelo con un sonido húmedo que me enciende la piel. Necesito que me ayudes, ahora. Mi boca se seca, y miro a Federico, que sigue clavado en el televisor, pero su cabeza se ladea apenas, como si hubiera captado algo. El pánico me aprieta las tripas, pero el deseo es más fuerte.
Levanto las manos, temblando como si estuviera a punto de profanar algo sagrado, y las poso en la cintura de Siugi, justo donde su barriga comienza a curvarse. Ella gime bajito, un sonido que me hace cerrar los ojos por un segundo, imaginando la desnuda, montándome como lo hace en nuestras noches secretas, sus tetas botando mientras me suplica más.
Siugi, ¿estás bien? Pregunta Federico de pronto, su voz cortando el aire como un cuchillo. Si sientes que esto es inusual, que no está bien, porque la verdad es que no está bien, no tengas vergüenza y dílo. No tienes que humillarte haciendo que tu propio hijo, te drenarte las mamas por la congestión mamaria que tienes.
Quiero que es normal que te sientas abrumada, yo lo estoy, y eso que no nos llamamos nada. Igual tú, Tito, puedes dejarlo si te sientes incómodo, que estoy seguro que lo estás. El tifede no se gira del todo, pero su tono es de alerta, y yo siento cómo el corazón se me sube a la garganta tras sus palabras.
Arlat se mueve rápido, deslizándose hasta el sillón de Federico con ese andar suyo que parece coreografiado para el pecado. «Tranquilo, cariño», dice, su voz melosa envolviéndolo como una telaraña. «No pongas más nerviosa a mi pobre prima de lo que ya lo está, no ves que la pobre está sufriendo». El doctor dijo que hay que aliviarla cuando la leche se acumula. Tito está haciendo lo que tiene que ser.
El tío fede bufa, con verdadera incomodidad. Y yo aprovecho para dar un último suspiro. Mis manos suben entonces lentamente por los costeños de mi

















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