
El crimen de las 25 pesetas. El crimen de Joselito

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Es el 31 de agosto de 1999 en Algeciras, Cádiz. El calor del verano envuelve el barrio San José Artesano, donde los niños llenan las calles con risas y juegos. Entre los bloques de edificios grises, un niño de 10 años corretea con sus amigos, ajeno a que esa tarde será la última en que su madre lo verá con vida. Dos días después, un descubrimiento en un edificio de oficinas en el corazón de la ciudad paraliza a los vecinos. Los rumores apuntan a un crimen aberrante, pero la verdad, cuando emerge, resulta más simple y, a la vez, más perturbadora: un acto por un puñado de monedas.
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Es el 31 de agosto de 1999, en Algeciras, Cádiz.
El calor del verano cubre las calles del barrio San José Artesano.
Los niños juegan entre los bloques, mientras los vecinos descansan a la sombra, ajenos a lo que está a punto de suceder.
Esa tarde, una rutina cotidiana se quiebra para siempre.
En cuestión de horas, la calma del barrio se transforma en desconcierto, y pronto, toda la ciudad quedará sobrecogida por una noticia imposible de asimilar.
Dos días después, un descubrimiento en un edificio de oficinas en el corazón de la ciudad paraliza a los vecinos.
Esto es, Crímenes que marcaron España.
Hoy, el crimen de las 25 pesetas, el crimen de Joselito.
Detrás de los hechos.
Conozcamos las personas clave de este relato.
José Luis Moreno Ruiz, conocido como Joselito, nació en 1989 y tenía 10 años en 1999.
Vivía en el barrio San José Artesano, en Algeciras, Cádiz.
Era un niño de sonrisa fácil, siempre jugando en las calles o en los billares de la Plaza Alta con su hermano mayor.
Hijo de una familia trabajadora, su carácter alegre lo hacía querido por todos.
Le gustaba el bullicio del barrio y compartir tardes con sus amigos.
Disfrutaba de la vida de barrio, donde todos se conocían y las calles eran su espacio de juego.
José María, apodado Chico, nació en 1983 y tenía 16 años en el momento de los hechos.
Vivía frente a la casa de Joselito, en el mismo barrio.
Hijo de un pulidor y una limpiadora, su vida transcurría entre la calle y su entorno familiar.
De carácter inestable y mirada reservada, había abandonado los estudios tras varios intentos por adaptarse.
Diagnosticado con inteligencia límite, acumulaba pequeños incidentes vecinales y mostraba una conducta impulsiva y desafiante.
Francisco Javier, alias El Torero, nació en 1981 y tenía 17 años en el momento del crimen, en 1999, aunque alcanzó los 18 años poco después, al ser detenido.
Vivía en el mismo bloque que Joselito, en el barrio San José Artesano.
Era conocido por su afición al toreo y formaba parte de la escuela taurina de Algeciras, donde muchos veían en él una joven promesa.
De expresión seria, mostraba una actitud reservada y tranquila.
Tenía una discapacidad intelectual que afectaba su desarrollo cognitivo, situándolo por debajo de su edad real.
Sus padres, muy pendientes de él, procuraban mantenerlo centrado en su formación, aunque solía pasar largas horas en las calles del barrio, donde era una figura familiar para todos.
Así ocurrió, crónica de los hechos.
Es el 31 de agosto de 1999, en Algeciras, Cádiz.
El barrio San José Artesano se encuentra bajo un sol intenso.
Las calles están llenas de niños jugando, corriendo entre los bloques de edificios, mientras sus risas resuenan sobre el pavimento polvoriento.
Entre ellos, José Luis Moreno Ruiz, conocido como Joselito, de 10 años, se mueve con la naturalidad de un niño de su edad.
Juega con sus amigos, persiguiéndose y planeando la próxima partida de billar, una rutina que se repite cada tarde y que forma parte de la vida cotidiana del barrio.
Alrededor de las cinco y media de la tarde, las madres comienzan a llamar a sus hijos para merendar.
Los compañeros de Joselito se despiden uno a uno y entran en sus portales.
Él permanece solo, con su pantalón azul y sus zapatillas deportivas, mientras la calle empieza a vaciarse lentamente.
En la cocina de su casa, María de los Ángeles Ruiz, la madre de Joselito, corta pan y prepara la merienda, como hacía cada tarde.
Espera que su hijo aparezca pronto, pidiendo un bocadillo antes de continuar con sus juegos.
A las seis de la tarde, la ausencia del niño empieza a preocuparla.
Era habitual que pasara largas horas en la calle, pero siempre regresaba a casa antes de la merienda.
La falta de noticias comienza a generar inquietud.
A las ocho de la tarde, la madre de Joselito se despide.




















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