
Dante Gebel #922 Cultura cloacal

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Es ingenuo pensar que lo que vemos en la televisión, la música que escuchamos, los juegos en los que matamos gente y lo que leemos antes de irnos a la cama, no nos afecta en absoluto. La constante exposición y el contacto con lo profano producen callosidades en el corazón humano y nos distraen de nuestras prioridades. Por eso, antes de alimentar nuestra mente, debemos preguntarnos si el contenido nos edifica y nos acerca a Dios, o si, por el contrario, nos domina y nos roba la paz. Sólo el Espíritu Santo nos dirá dónde trazar la línea. Oremos para que nuestra mente nunca se llene de callos y para que seamos un manantial de agua clara en medio de una cultura cloacal.
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Hace muchos años, algunos deben recordar, cuando éramos pequeños, cuando yo era pequeño, todos los adultos fumaban, todos los adultos fumaban.
Fumar era muy atractivo, era muy cool.
Durante casi todo el siglo XX, fumar no sólo era un hábito normal, recurrente, esperado, aceptado, cotidiano, sino que era una actividad que podía asignarle dignidad a cualquiera.
O sea, daba clase, daba estilo fumar.
Las compañías tabacaleras usaban campañas publicitarias persuasivas asociando el fumar con la libertad, con la galanura en el caso de los hombres, con la seducción en el caso de las damas, con la rebeldía en el caso de los más jóvenes, y lo promocionaban como un hecho estético.
Era como una coreografía para los dedos tener un cigarrillo.
Si no era el placer del tabaco, era el placer de tenerlo entre los dedos.
Era una actividad que no sólo era bien vista, sino digna, elegante, refinada, interesante, atractiva, atrayente y hasta snob.
O sea que por el snobismo, porque otros lo hacían, muchos empezaban a fumar aún desde adolescentes.
Y los anuncios publicitarios de cigarrillos poblaron el cine, en los intermedios, en los intervalos, la televisión, en las calles, siempre con una idea muy cool acerca del tabaco.
Había que fumar si se quería ser grande, si se quería ser adulto, si se buscaba ser sexy, si alguien quería mostrarse interesante.
Los niños nos poníamos un lápiz en la boca y de chiquito y fumábamos, simulábamos que fumaban, porque eso era cool, aún si estábamos interpretando un personaje, actuando o jugando.
Todos los famosos fumaban, se fumaba en la tele, se fumaba en el cine, se fumaba en los conciertos, hasta fumaban cantando, cantaban fumando.
Tony Bennett, Frank Sinatra, Dean Martin, David Bowie, John Lennon, Diana Ross, Freddie Mercury, Elvis Presley, Elton John, entre muchos otros, cantaban con un cigarrillo en la mano, yo no sé cómo podían hacer.
Decían... y seguían cantando. Increíble.
Se fumaba en los estudios de grabación, aunque fueran completamente cerrados, se fumaba en los salones de clase, los maestros fumaban, mis maestros fumaban todos, las maestras eran chimeneas, ahí iba mi maestra, una la seguía por el humo como si fuera una locomotora.
Se fumaba en el cine, en los aeropuertos, inclusive en los aviones, y obviamente se fumaba en los bares, en los restaurantes de lujo, en los hoteles, en los teatros.
Si uno busca al azar una película de la década del 60, vamos a ver que todos los actores y actrices fumaban, los médicos te atendían en sus consultorios fumando, los médicos.
Decían, se tiene que cuidar la salud, ¿eh? Ustedes dirán, no, ¿de verdad? De hecho tenían ceniceros de todo tipo en las salas de espera, la gente se apreciaba de fumar porque aún no se conocían los efectos nocivos, por lo menos no a fondo, no había una campaña contra las tabacaleras.
Hoy en día esto parece una locura, porque uno ve a unos pobres tipos fumando con culpa a veces en la calle, casi semi-escondiendo el cigarrillo, en lugares especiales, siempre en lugares abiertos, a ley de libre, es como que se los proscribe a que si son viciosos salgan afuera, no se unan con el resto de la humanidad.
Y ahí los vemos a veces a los fumadores agazapados en el frío o en el sol, fumando a escondidas, frente a las malas caras de los no fumadores, o lo que es peor, las malas caras de los ex-fumadores, que los odian, que los desprecian en secreto, que los marginan, que no los quieren, y hoy lo vemos como un vicio del pasado, ¿no? Una idea anacrónica, absurda, ilógica, inusitada, decimos, ¿y a quién le gusta apestar a tabaco? Y las nuevas generaciones hoy pelean con otras cosas que quizás matan, quizás la Coca-Cola, las anfetaminas, en un tono más serio el fentanilo.
Pero cuando yo nací, todas las madres tenían un Virginia Slim entre sus dedos.
Menos mal que no hay muchos amen, porque eso hablaría de que conocen mucho.
Mientras que los padres charlaban, los Virginia Slim eran unos cigarrillos.
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