Dante Gebel #945 La ley de los audaces

Hoy quiero comenzar con una pequeña y vieja historia que, por cierto, ya conté pero viene a cuento, viene a la línea del relato.

Un hombre se presenta ante las puertas del cielo, acaba de llegar, recién arribadito, y un ángel, anfitrión, le pregunta, ¿hiciste algún mérito para entrar? Obvio, dice el tipo.

Yo recuerdo, mirá, te cuento uno.

Me acuerdo, dice que iba en mi auto y veo que una banda de motociclistas estaba molestando a una muchacha joven.

Así que me bajé de mi auto inmediatamente, les dije que las dejaran en paz y ahí nomás me dijeron que no me metiera, que siguiera mi camino porque me iba a ir mal.

Yo me dije, a mí no me importa.

Me acerqué al líder de los motociclistas, le di una buena bofetada, con una patada tiré su motocicleta, le agarré la argolla que le colgaba en la nariz, se la arranqué, le dije, déjala en paz o te la vas a ver conmigo.

Y el ángel quedó impresionado.

Y le dijo, eso es audacia, viejo.

¿Y cuándo ocurrió? Dice, recién, hace un par de minutos atrás.

Entonces, hay una enorme diferencia entre audacia y estupidez, ¿sí? La línea de no temerás y no hagas estupideces suele ser muy fina y a veces nos puede llevar toda una vida el poder identificarla.

Entonces discernir la diferencia entre la audacia e, insisto, la estupidez, es uno de los más grandes desafíos de autoexploración que un ser humano puede enfrentar.

Porque a veces uno quiere hacer cosas y después se arrepiente toda la vida.

Y en un tono más serio hay personas que están pagando una pena en la cárcel por 30 segundos de estupidez, por un problemita en el tránsito que lo viven reviviendo una y otra vez.

Dice, si volviera a vivir, hubiese seguido de largo.

Hay gente que se ha bajado de un auto, de un camión, con un palo, porque simplemente le tocaron la bocina o porque se le cruzaron.

O gente que perdió los estribos por 15 segundos y en un momento de furia arruinó su vida tal como la conocía.

Eso no es audacia, eso no es mostrar lo que uno es, eso es simplemente estupidez en su máxima expresión, estupidez glorificada.

La audacia, sin embargo, es un comportamiento que viene directo de la valentía, que viene directo del corazón, que surge a través de la integridad, pero no es un comportamiento subjetivo, absurdo, chiflado, irracional, extraño y lógico.

La verdadera audacia es simplemente el comportamiento que nace de la creencia.

La audacia nace de las convicciones, de nuestras convicciones más profundas.

Porque aquello que creemos, como decimos siempre, determina cómo nos comportamos en la vida, cómo es nuestro carácter.

Si creemos que todo el mundo nos va a criticar, vamos a comportarnos toda la vida con cautela, tratando de agradar a todos.

Y el que trata de agradar a todos nunca llega a ninguna parte, porque nunca vamos a poder agradar a todos.

Dios no puede agradar a todos.

Mientras que hace llover en algunas partes del mundo, hay gente maldiciendo por la inundación y gente de campo agradeciendo por el riego en sus cosechas.

Así que no podemos agradar a todos.

Si creemos que vamos a fallar, nunca vamos a hacer nada tampoco, porque no queremos arriesgar nuestra zona de confort, de comodidad.

No obstante, si creemos que Dios nos está llamando, dando una asignación, dirigiendo, equipándonos, entonces vamos a vivir una valentía sobrenatural, que insisto, proviene inherentemente de esa creencia.

¿Por qué? Porque insisto, la audacia es un comportamiento que nace de nuestras convicciones muy profundas.

Eso nos hace ser audaces.

Como una mamá que defiende a sus hijos, a pesar de que están en inferioridad de condiciones, pero ve que sus hijos corren peligro, sale y los defiende, como la mamá gallina, como la mamá leona, lo que sea, sale y saca una fuerza sobrenatural que ni sabe, o un valor que ni sabe que tenía.

Porque sus creencias, sus convicciones, hacen que esa audacia salga a la luz.

La palabra griega que se traduce como audacia es paresia, que significa garantía, valor, confianza, actuar sin miedo, actuar sin temor.

Y yo creo que este tipo de valentía la vemos a través de las diferentes descripciones de los infortunios que tuvo que vivir el primer grupo de creyentes del Libro de los Hechos.