
DESCRIPCIÓN DE UNA LUCHA de Franz KAFKA. PARTE 3

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Descripción de una lucha es una obra temprana de Franz Kafka que destila la esencia de su genio: un viaje crudo, caótico y profundamente existencial. Sin destripar la trama, aquí va un vistazo al alma de este relato, perfecto para los que buscan entender el universo kafkiano.
Imagina una noche fría en Praga, donde un encuentro casual se convierte en un espejo de la psique humana. Kafka nos arrastra a través de diálogos que cortan como cuchillos, paisajes que mutan como pesadillas y una voz narrativa que se tambalea entre la realidad y el abismo. Esta no es una historia lineal; es un mosaico de fragmentos oníricos que gritan alienación, incomunicación y la lucha desesperada por definirse en un mundo que se deshace. Cada palabra rezuma la fuerza y el estilo es puro Kafka: prosa densa, cargada de simbolismo, donde lo cotidiano se retuerce en lo surrealista. Los personajes no se conectan, los entornos parecen vivos, y la identidad del narrador se fractura en cada línea. Es un texto que no se lee, se siente, como un eco de nuestras propias inseguridades. Descripción de una lucha es el germen de lo que hará eterno a Kafka: un retrato brutal de la condición humana.
"Descripción de una lucha" ( Beschreibung eines Kampfes ), escrita por Franz Kafka entre 1904 y 1910, es uno de sus primeros trabajos y una obra fragmentaria que refleja su estilo introspectivo y surrealista. El relato, que no fue publicado en vida del autor, se caracteriza por su estructura caótica, simbolismo y exploración de la alienación, la identidad y la percepción de la realidad.
La historia no sigue una narrativa lineal convencional, sino que se desarrolla en una serie de escenas fragmentadas y oníricas, divididas en varias secciones. A grandes rasgos, se centra en un narrador anónimo que describe sus interacciones con un conocido en una noche fría tras una reunión social. La trama se desenvuelve en un ambiente cargado de tensión psicológica y simbolismo, alternando entre diálogos, reflexiones internas y descripciones de paisajes irreales.
El narrador, tras salir de una reunión, camina con un conocido por las calles de Praga. La conversación inicial es trivial, pero pronto se vuelve tensa y extraña. El narrador se siente inseguro y atrapado en sus propios pensamientos, mientras describe el entorno nocturno con un tono casi alucinatorio. La relación entre los personajes se vuelve ambigua, marcada por una mezcla de camaradería y rivalidad. La narrativa se fragmenta aún más en la segunda parte de la obra. El conocido del narrador comienza a relatar una historia propia, presentando personajes como un "orador" y un "hombre gordo" que viajan en un paisaje surrealista, como un río que parece un sueño. Estas figuras simbolizan las luchas internas del narrador, su percepción distorsionada de la realidad y su incapacidad para conectarse con los demás.
El relato explora la lucha interna del protagonista con su identidad, la incomunicación y la percepción fragmentada del mundo. Los diálogos son tensos y a menudo carecen de lógica, reflejando la ansiedad y el aislamiento. Los paisajes descritos, como colinas que cambian de forma o un río que parece vivo, refuerzan la atmósfera onírica y desconcertante.
Se puede adelantar en este relato lo que Kafka logrará posteriormente en obras mucho más conocidas como La Metamorfosis en las que el simbolismo se introduce en la realidad cotidiana de forma que lo aberrante que normalmente "no se ve" en nuestra realidad, pues se trata de relaciones dañinas, enfermizas, interesadas o realmente malignas se expresa en sus obras como distorsiones, alteraciones de la percepción y conductas o lugares anormales.
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Descripción de una lucha.
Franz Kafka Parte 3 El gordo.
A.
Invocación al paisaje.
De los arbustos de la otra orilla surgieron vigorosamente cuatro hombres desnudos que llevaban sobre los hombros un palanquín de madera.
Él iba sentado con las piernas cruzadas, un hombre extraordinariamente gordo.
Aunque era conducido a través del matorral, no apartaba las ramas espinosas, sino que las desviaba tranquilamente con su cuerpo inmóvil.
Sus masas de grasa estaban extendidos con tanto cuidado que, además de cubrir totalmente el palanquín, caían a los costados como los pliegues de un tapiz amarillento, pero no le molestaban.
Su cráneo, desnudo, era pequeño, amarillo y brillante.
Su cara tenía la cándida expresión de un hombre que reflexionaba sin molestarse en ocultarlo.
A veces cerraba los ojos.
Cuando volvía a abrirlos se le torcía la mandíbula.
—El paisaje no me deja pensar —dijo en voz alta—.
Hace oscilar mis ideas como puentes colgantes sobre un torrente.
Es bello y merece ser contemplado.
Cierro los ojos y digo, oh tú montaña verde junto al río, dueña de piedras que ruedan hacia el agua, eres bella, pero toda esta locución no la satisface.
Quiere que abra los ojos, con todo.
Si digo con los ojos cerrados, montaña, no te amo porque me recuerdas a las nubes, al crepúsculo rosado y el cielo en la altura, cosas todas que me colocan al borde del llanto y que no se pueden alcanzar jamás si uno se hace conducir en una pequeña litera.
Y mientras tú, pérfida montaña, me muestras eso, me ocultas la lejanía de bellas cosas alcanzables, por eso no te amo, montaña junto al río, no, no te amo.
Pero este discurso le sería indiferente como el anterior si no se lo dijera con los ojos abiertos.
Y ya que tiene tan caprichosa predilección por la papilla de nuestros sesos, hay que conservar su disposición amistosa, mantenerla erecta, pues podría arrojar sombras dentadas, interponer en silencio horrorosas paredes desnudas y hacer tropezar a mis conductores en los guijarros del camino.
Pero no sólo la montaña es vanidosa, exigente y vengativa, todo lo demás también lo es.
Con los ojos redondos, ¡oh, cómo duelen! Debo pues repetir constantemente.
Sí, montaña, eres hermosa y los bosques de tu ladera occidental me alegran, también tu flor me satisfaces y tu rosado color entona mi alma, y tu hierba del prado ya has crecido y eres fuerte y refrescas, y tu matorral desconocido pinchas de manera tan inesperada que haces brincar nuestros pensamientos, pero tú, río, tú eres el que me produces más placer, tanto que me entregaré confiado a tus aguas flexibles.
Después de haber gritado diez veces esta vibrante loa, que acompañaba humildemente con pequeñas sacudidas de su cuerpo, dejó caer la cabeza y dijo con los ojos todavía cerrados.
Pero ahora os ruego, montaña, flor, hierba, matorral y río, dejadme un poco de espacio para respirar.
Entonces se produjeron rápidos deslizamientos de las montañas, que se ocultaron tras amplias colgaduras de niebla.
Las arboledas quisieron resistir y proteger el sendero, pero se diluyeron enseguida.
Delante del sol pendía una nube húmeda con leve borde translúcido.
En su sombra se deprimía la tierra y todas las cosas perdían sus bellos contornos.
Las pisadas de los servidores se me hacían perceptibles a través del río, y sin embargo nada podía distinguir con claridad en los oscuros cuadrados de los rostros.
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