Descubrir la chispa divina

Por la señal de la santa cruz de nuestros enemigos díganos Señor Dios nuestro, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes.

Te adoro con profunda reverencia. Te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con fruto este rato de oración.

Madre mía inmaculada, San José mi Padre y Señor, ángel de mi guarda, intercede por mí.

Reconozco que hace bastantes días que estaba buscando la ocasión de hablar, de meditar contigo Señor sobre el trabajo.

Porque, bueno, el trabajo es algo nuclear en nuestra vida.

A mí cuando era un joven adscrito me pusieron un ejemplo que nunca se me ha olvidado.

Se ve que me conocían bien porque me dijeron la santidad es un pollo al ajillo.

Si la santidad es un pollo al ajillo, el pollo es el trabajo.

Y lo demás son las patatitas, el limón, no sé qué.

Sin pollo no hay pollo al ajillo.

Y para una persona del Opus Dei el trabajo, todo trabajo, también ese trabajo de cuidar a los demás, de servir a los demás, de encender las velas.

Lo que supone dominio de la creación, humanizar y a la vez divinizar todas las cosas y hacer la vida agradable a los demás.

Porque al final eso es lo que hacemos con nuestro trabajo, es nuclear en nuestra vida y en nuestra santidad.

Y decía que hacía tiempo que llegaba buscando la ocasión de hablar de esto y las lecturas de hoy nos lo facilitan.

Porque en el Evangelio se recoge esta parábola del Señor a sus discípulos.

El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña.

Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada los mandó a la viña.

Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo y les dijo, id también vosotros a mi viña y os pagaré lo debido.

Salió al caer la tarde y encontró a otros parados y les dijo, ¿cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar? Le respondieron, nadie nos ha contratado.

Él les dijo, id también vosotros a mi viña.

Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz, llama a los jornaleros y págales el jornal.

Empezando por los últimos y acabando por los primeros.

Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno y siguen con esta parábola.

Pero yo me quedo aquí.

Bueno, aquí, señor, en esta parábola del Reino de los Cielos presentas el Reino de los Cielos como un acontecimiento relacionado con el trabajo, con una jornada de trabajo.

Primero, el propietario llama a trabajar en su viña a los jornaleros desde la primera hora.

O sea, nosotros hemos sido creados para trabajar.

Hemos venido al mundo y a la obra pues a santificarnos en nuestro trabajo.

Pero no contento con esto, el dueño de la viña sale una y otra vez a llamar a todos a trabajar a su viña.

Parece que no puede soportar ver a los hombres inactivos, sin trabajo.

¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar? Y también vosotros a mi viña.

Es la llamada a todos los hombres del Señor a la santidad a través de su dedicación ordinaria.

Evidentemente, el propietario es Dios, la viña, el mundo, los jornaleros, los hombres.

Y es muy bonito ver cómo Dios nos llama a todos, da igual cuál sea nuestro trabajo, desde primera hora de por la mañana a última hora, aunque aquí la parábola se refiere más a una cosa temporal, nosotros lo podemos traducir también a una cosa cualitativa, da igual.

Lo importante es responder a esa llamada del Señor.

Lo importante es que todos recibiremos la misma paga, con independencia del trabajo realizado.

El cielo, pasar la vida amando a Dios y a los demás, con la tarea que Dios nos ha puesto en nuestras manos.

Todo trabajo es camino de santidad para ir al cielo.

El Papa Francisco, en la Laudatosi, dice que estamos llamados al trabajo desde nuestra creación.

Y entonces recuerda aquel labrar y cuidar del que habla el libro del Génesis.

Precisando que la mejor manera de cuidar el mundo