

Description of DESEO CARNAL - PARTE 8
DESEO CARNAL - PARTE 8
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Tus fantasías más prohibidas están aquí. Relatos calientes. Hoy presentamos.
Deseo carnal. Parte 8.
Clara se sentía asustada. No tenía ni idea de lo que le iba a pasar, aunque se hacía una idea muy clara de lo que esos tres chicos le tenían preparado.
Había sentido el miedo y los nervios recorrer sus venas en cuanto las dos chicas, novias de Pablo y Gonzalo, abandonaron la pequeña habitación en que se encontraban ahora.
La mirada que los dos compinches de Mauricio le estaban dedicando era de auténticos depredadores, pero, para su sorpresa, se dio cuenta de que además del miedo había otra sensación que inundaba su cuerpo. Miró a Mauricio tratando de suplicarle con la mirada que la dejara ir, que no le permitiera caer en las garras de esos dos sujetos, pero sabía que era inútil.
Si Mauricio la había llamado era para algo, y ahora que se había quedado con ellos, la intuición le decía que nada bueno saldría para ella de esa situación. «Bueno, ya que estamos solos, creo que podemos continuar jugando», dijo Mauricio, y el gesto de satisfacción en su rostro asustó un poco más a Clara. La chica vio como los tres chicos tomaban asiento nuevamente, sin embargo, ella no lo hizo.
«¿Verás, querida Clara?», comenzó a decir Mauricio tras sentarse, tomando una de las botellas de cerveza que había repartidas por toda la habitación. «Estos dos de aquí siempre te han deseado. Creo que ya perdí la cuenta de todas las veces que me comentaron lo que te harían si pudieran estar a solas contigo». Clara miró con ojos asustados a Pablo y Gonzalo. Ellos le devolvieron la mirada, y, en efecto, se la estaban comiendo con los ojos. No era tonta.
Todo ese tiempo había sospechado que tanto Mauricio como sus dos compinches tenían pensamientos impuros sobre ella. Había notado las miradas obscenas, por supuesto, las cuales, pese a su extraño gusto por ser admirada, siempre la habían incomodado un poco. Pero que se lo dijeran de una forma tan directa no hacía más que ponerla muy nerviosa. «Y por eso estás aquí hoy», siguió diciendo Mauricio. La sonrisa malévola en su rostro hizo que Clara se volviera a estremecer. «Tienes que complacernos. O al menos a ellos dos. Seguramente no lo sabes, pero hoy es el cumpleaños de Gonzalo y quiero que tú seas su regalo».
Clara sintió un escalofrío de terror al sentir de nueva cuenta la mirada de los dos amigos de Mauricio recorrer su cuerpo de pies a cabeza, aunque, curiosamente, también sintió algo parecido a un estremecimiento de excitación, aunque, según se trató de convencer, tenía que ser su imaginación. «Yo no quiero». Aunque sintió nervios al decirlo.
Sabía que lo correcto en esa situación era negarse. Lo que le estaba proponiendo Mauricio era simplemente una locura. «¿No quieres?», preguntó Mauricio fingiendo sorpresa, pues en realidad ya se esperaba esa respuesta por parte de Clara. Se puso de pie y comenzó a acercarse a la chica, quien se sintió intimidada. Había experimentado de primera mano la fuerza que Mauricio poseía.
Dudaba que fuera a golpearla o tratarla mal, pero de cualquier manera sintió miedo. Si eso pasaba, ella no podría resistirse. Mauricio la tomó con una mano por las mejillas. No con mucha fuerza, pero si la suficiente para dejarle claro que lo mejor era que ni se molestara en luchar contra él. «¿Ya se te olvidó todo lo que hicimos en este mismo lugar?», le preguntó con rudeza.
«A mí, desde luego, no se me ha olvidado. Esa manera en que apretabas mi verga con tu vagina, la forma en que gritabas… fue maravilloso. Y eso que era tu primera vez». Adriana se sintió avergonzada porque Mauricio hubiera decidido contar eso frente a Pablo y Gonzalo, pero luego pensó que de seguro ya les había contado todo. Después de todo, eran muy amigos. «Por supuesto, también recuerdo las palabras que me dijiste, que querías que te siguiera dando mi verga, que serías ser mía».
Clara a duras penas podía recordar haber dicho esas barbaridades, pero era cierto. Se había dejado llevar en el momento de más placer. Cuando su mente estaba más débil, había aceptado todas las condiciones que Mauricio le puso con la promesa de volver a hacerla sentir bien. Y ahora se arrepentía, por supuesto. Sabía que estaba mal, que al pronunciar esas palabras había cometido el peor error de su vida.
















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