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EL DESEO SEXUAL Y LA RENUNCIA - El poder de canalizar tu energía

EL DESEO SEXUAL Y LA RENUNCIA - El poder de canalizar tu energía

9/15/2025 · 17:07
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Description of EL DESEO SEXUAL Y LA RENUNCIA - El poder de canalizar tu energía

Nadie lo dice en voz alta, pero todos lo saben:
La energía sexual mueve más que la política y la economía juntas.
El problema no es el deseo en sí, el problema es malgastarlo en banalidades.

Mira alrededor:
La gente pierde horas en pantallas, en placeres rápidos, en distracciones que apagan el filo.

No es solo sexo: es energía vital desperdiciada.

Aquí está la clave: cuando decides no rendirte al impulso inmediato —cuando eliges no perseguir cada placer vacío— esa energía no desaparece, se transforma. Se convierte en incomodidad, sí, pero también en hambre. Hambre de lograr, de crear, de conquistar.

Muhammad Ali lo explicó mejor que nadie.
Un periodista le preguntó cuál era la parte central de su entrenamiento. Esperaban escuchar sobre golpes, rutinas o técnicas secretas.

Ali, con esa sonrisa desafiante, respondió:
—El secreto está en evitar los clubs, las chicas y estar en la cama a las nueve de la noche.
Silencio.
El campeón no habló de músculos ni de fuerza.
Habló de renuncia.

Ali sabía que cada fiesta que no pisaba, cada tentación a la que decía no, cada noche de disciplina en lugar de distracción, era parte de su entrenamiento.
El combate se ganaba mucho antes de sonar la campana: se ganaba en la soledad de la cama a las 9 de la noche.


Esto es lo que entrenamos en Enkrateia:

Renunciar a lo que te dispersa.

Canalizar tu energía.

Construir un carácter que no se rompe ante la dificultad.

77 días de entrenamiento.
Una comunidad que te sostiene.
Una meta: aprender a gobernarte a ti mismo.

👉 La cuarta edición comienza en octubre.
Las plazas ya están abiertas.

https://diarioestoico.com/enkrateia-4-estoy-dentro

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¿Quieres saber por qué la mayoría nunca alcanzará sus metas? No es porque les falte talento, ni siquiera porque les falte tiempo.

Fracasan porque no saben renunciar.

Vivimos en un mundo que glorifica el entusiasmo inicial.

Todos arrancan con fuerza, todos se apuntan a proyectos, todos hacen listas de propósitos.

Pero casi nadie los termina.

Se quedan sin fuelle.

La gente quiere la medalla, pero no el barro.

Quiere alcanzar la cima, pero no subir la montaña.

Quiere el premio, pero no el precio.

Y esto no es nuevo.

Hace casi dos mil años, Epícteto lo explicó con una crudeza que hoy sigue doliendo.

Voy a leerte uno de mis anforismos favoritos.

En cada acción examina sus antecedentes y sus consecuencias, y sólo entonces emprende.

De lo contrario, al principio te iniciarás con entusiasmo, porque no has considerado en absoluto los pasos siguientes, pero luego, en cuanto aparezca la dificultad, renunciarás vergonzosamente.

¿Quieres vencer en las Olimpiadas? También yo.

Por los dioses.

Porque es extraordinario.

Pero examina sus antecedentes y sus consecuencias, y sólo entonces emprende.

Pues deberás ponerte una disciplina, seguir una dieta estricta, privarte de dulces, entrenarte a la fuerza en horarios preestablecidos, haga calor o haga frío, sin beber agua fresca ni vino según te apetezca.

En una palabra, deberás entregarte a tu preparador como si fuera tu médico.

Más tarde, en la competición, deberás excavar para preparar el terreno.

Es posible que te disloques una muñeca, te tuerzas un tobillo, tragues un puñado de tierra, te caiga algún fustazo y, después de todo eso, caigas derrotado.

Una vez valorado todo eso, si aún lo deseas, lánzate a competir.

De lo contrario, te estarás comportando como los niños, que unas veces juegan a los luchadores, otras a los gladiadores, otras a tocar la tompeta y, finalmente, a ser actores de tragedia.

También así eres tú, unas veces atleta, otras gladiador, luego orador, finalmente filósofo, sin hacer nada con toda tu alma.

Eres como un mono que imita todo lo que ve, atraído por todas las cosas, una tras otra.

Has llegado a ese punto sin una reflexión y sin haberlo meditado a fondo, sin un plan y conforme a un vao deseo.

Esto a mí me ha hecho erizar la piel.

Este aforismo me hace ver por qué Epicteto era consciente de que nuestro mayor enemigo está en nuestra distracción, está en que nos motivamos con algunas cosas, las vemos porque caemos en lo que motiva a otros.

Epicteto no hablaba en este caso de atletas, hablaba de todos nosotros, que queremos el triunfo pero no pagamos el precio, que queremos la cima pero no la subida, queremos ser escritores pero nuestros dedos escriben más DM que palabras, queremos emprender pero invertimos antes en un iPhone que en una idea, ahorrar pero confundiendo necesidad con una oferta ruciente de la influencer de turno, queremos un cuerpo fibroso pero en nuestras cenas hay más salsa que en la discoteca, queremos claridad mental pero nuestro despertar implica coger el teléfono, queremos paz pero nuestro silencio dura menos que lo que tarda en cargar nuestro teléfono, queremos culturizarnos pero confundimos todavía a Seneca con Sócrates, queremos respeto pero ni siquiera cumplimos las promesas que nos hacemos a nosotros mismos.

El problema no es la falta de talento, es la falta de renuncia.

La mayoría abandona porque vive distraída, hoy no tenemos un amo que nos golpee con un látigo, sucede que tenemos un móvil al que obedecemos, por poner un ejemplo, pero obedecemos igual.

El error es que muchas personas aún confunden tiempo con atención, dicen, yo estoy dando lo más valioso que tengo que es mi tiempo, ¿no?

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