DEx 08x33 Pequeños vigilantes: El enigma de los humanoides flotantes

Amigos, hola amigas, bienvenidos una semana más a nuestra cita en estos días extraños.

Últimamente me acuerdo mucho de Hal 9000, de la inteligencia artificial de la película y de la novela 2001 una odisea del espacio. Me acuerdo de sus últimas palabras, me acuerdo que decían, la cabeza se me va, siento que se va, siento que se va, todo es confuso para mí, me doy cuenta, me doy cuenta. Bueno, me acuerdo de él porque a mí también la cabeza se me va. Y a ti, a ti también. Lo que pasa es que, a diferencia de Hal 9000, nosotros no nos damos cuenta. Esto no es una afirmación catastrofista gratuita ni es algo que me haya sacado de la manga para captar vuestra atención. Es una realidad que la neurociencia está documentando día tras día.

Porque vamos a ver, ¿te ha costado concentrarte últimamente en un libro? ¿Has notado que abandonas la lectura de artículos largos a la mitad? ¿Te descubres a ti mismo revisando el móvil mientras mantienes una conversación? ¿A que sí? Lo fascinante y en cierto sentido aterrador es que esto no solo les ocurre a los llamados nativos digitales. Nosotros, tú y yo, los adultos que crecimos con libros en papel, con horas de atención sostenida en nuestros estudios, por ejemplo, también estamos perdiendo nuestras capacidades cognitivas.

Porque como si de un músculo se tratara la atención profunda, se atrofia cuando no la ejercitamos. Lo que estamos experimentando es un cambio neurológico masivo y sin precedentes. Somos la primera generación humana que externalizó su memoria a dispositivos digitales, que fragmentó su atención en mil pedazos. Y ahora estamos descubriendo las consecuencias, y esas consecuencias no son precisamente edificantes.

Pensadlo un momento. Durante milenios la humanidad ha evolucionado con la palabra escrita como tecnología principal de transmisión del conocimiento. Nuestros cerebros se moldearon durante siglos para procesar textos largos, para crear mapas mentales complejos, para sostener argumentos encadenados página tras página. Y en apenas 15 años hemos decidido colectivamente que eso era demasiado esfuerzo. Que era mejor el scroll infinito, el contenido fragmentado, los estímulos constantes. Y nuestros cerebros, esos órganos maravillosamente plásticos, se han adaptado.

Se han adaptado como se adaptan a prácticamente todo lo que les echamos. Y esta vez la adaptación no ha sido necesariamente para mejor. Pero lo verdaderamente chungo, lo verdaderamente jodido es lo que les está ocurriendo a los niños. Porque aquellos que nunca han conocido un mundo sin pantallas táctiles no están simplemente perdiendo habilidades lectoras.

Directamente es que no las están adquiriendo. Hay excepciones, pero ¿suena eso? ¿Excepciones? Están creciendo con cerebros fundamentalmente diferentes a los nuestros. Claro, imaginad por un momento una generación entera incapaz de sostener la atención el tiempo suficiente para seguir un razonamiento complejo. Incapaz de empatizar profundamente con un personaje literario. Incapaz de perderse en un universo creado con palabras.