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Dios no tiene 3 LE

Dios no tiene 3 LE

7/17/2025 · 01:44:43
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Description of Dios no tiene 3 LE

Los audios proporcionados en este programa están diseñados con el propósito de ayudar a la lectura y fomentar el acceso a la literatura y el conocimiento. Estos audios son creados y compartidos sin fines comerciales, con el único objetivo de apoyar a quienes deseen mejorar sus habilidades de lectura o disfrutar de obras literarias en formato auditivo. Si consideras que debemos retirarlo, comunicanoslo y lo retiraremos.

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—Tú quieres, ¿verdad que quieres, Elena? murmuró él entrecortadamente.

—Sí.

Elena en realidad no estaba tan segura, pero si había llegado allí no se iba a echar atrás.

—Sí que quiero.

Él se apartó de ella y entonces Elena pudo ver por fin la cama.

Era enorme, más grande de lo normal, con un dosel de cuatro postes y muchísimos almohadones.

—Deja que te desvista yo, dijo él.

Elena intentó recordar qué ropa interior se había puesto aquella mañana.

Imposible recordarlo.

Casi con seguridad un conjunto de algodón blanco, sin encaje.

Nada especial ni sexy.

Pensó que desentonaría con la cama enorme.

Él le desabrochó la cremallera del vestido con una habilidad sagaz y rara que a ella le sorprendió.

La dejó allí, en sujetador, medias y zapato plano.

—Elena.

Estás todavía más buena de lo que había imaginado.

—Ah, me habías imaginado.

Llevo años imaginándote, joder.

Elena se sintió halagada.

Muy parsimoniosamente, Guillem se deshizo del reloj y lo dejó encima de la mesilla de noche.

Luego se quitó la americana y la colgó en el respaldo de una silla.

Llevaba una camisa y vaqueros.

Se quitó los mocasines, no llevaba calcetines.

Elena no entendía muy bien a qué venía tanta lentitud estudiada después del arrebato en el que la había atenazado contra la pared.

—Supongo que no tomas la píldora, dijo él.

—Supones bien, respondió ella.

Le brillaban los ojos.

Muy lentamente, se quitó la camisa.

No era gran cosa.

Desde luego, Jaume era mucho más guapo.

Guillem estaba bronceado, eso sí.

Pero tenía tripa.

Y pelo en el pecho.

Jaume se depilaba el pecho.

Según él, porque le resultaba más cómodo para nadar.

Elena fingía que se creía la mentira.

A Elena le resultó muy erótico el pelo en el pecho de Guillem, por contraste.

Elena seguía sentada sobre el borde de la cama.

Guillem se colocó frente a ella, de pie.

—Desabróchame el cinturón, le ordenó, y ella le obedeció.

Ahora desabróchame los pantalones.

Elena se sintió un poco ridícula, pero acató la orden.

Desabrochó los botones de los vaqueros y luego tiró de ellos hacia abajo para dejárselos a la altura de los tobillos.

Guillem se deshizó de los pantalones con dos movimientos y se quedó frente a ella en calzoncillos.

La erección se notaba por debajo de los boxers blancos de algodón, muy parecidos a los que Jaume solía llevar.

—Tú tienes idea de lo mucho que me apetece.

Susurró él mientras le pasaba suavemente los dedos por la mejilla hasta el mentón.

—De cuántos años llevo pensando que algún día esto sucedería.

Añadió, acariciándole la barbilla.

Se acercó a ella, la besó y la tumbó sobre la cama.

Le pasó la mano por la espalda intentando desabrochar el sujetador.

No lo consiguió.

Se alzó, agarró el sujetador con las dos manos, cada una sobre una de las copas delanteras, volvió con fuerza, extrañamente concentrado, y partió el sujetador en dos.

—Pero mira que eres bestia, dijo Elena.

Esto es solo el principio, Elena.

Puedo ser mucho más bestia.

Elena se rió.

—Sí, ahora te ríes, pero ya verás que no bromeo.

Ya te darás cuenta.

—Sí, pero me has dejado sin sujetador.

Te compraré otro.

Otro a tu altura, que no parezca de monja.

Con ese cuerpo que tienes, con esa piel.

Mereces destacarla.

Te compraré toda la ropa interior que tú quieras.

Guillem le agarró la coleta y la deshizo.

A Elena le llegaba la melena hasta la cintura.

Normalmente estaba muy orgullosa de su pelo, pero entonces estaba sucio, lleno de sal, enredado.

Él metió las dos manos entre sus cabellos y se los enredó aún más.

Se mantuvo sujeta la cabeza para besársela.

Estaban los dos recostados sobre la cama.

Él se colocó sobre ella.

Elena sentía la erección contra la pelvis.

Su marido nunca conseguía mantener la erección tanto rato.

Cuando hacía el amor con Yauma, éste tenía una erección intermitente, que iba y venía.

Elena calculó que Guillem llevaba erecto más de veinte minutos.

Se preguntó si le dolería.

Él se alzó y se arrodilló frente a ella.

Se sujetó las caderas con las manos y le separó las piernas.

Elena se dejó hacer.

Él le besó el vientre, fue bajando con la lengua por su ombligo y avanzó hacia el sexo de Elena.

Ella sabía qué era lo que iba a hacer.

Guillem se inclinó, le besó la parte interior de un muslo, luego el otro, hasta llegar a las bragas.

Tiró de ella la cabeza.

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