
Domingo 27 de abril - Juan 20, 19-31. A los ocho días llegó Jesús.

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Meditación del día 27 de abril de 2025 Palabra de Vida
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A los ocho días llegó Jesús. Hoy es el domingo siguiente al domingo de resurrección. Quiso san Juan Pablo II que este domingo tuviera el siguiente título, el domingo de la divina misericordia.
Sabéis que la misericordia es esa cualidad del amor de Dios al encontrarse con la pobreza humana y porque Jesús no quiere dejar a sus apóstoles, no quiere dejar a sus discípulos, no quiere dejar a ningún ser humano solo ni abandonado, Jesús entra donde están los discípulos y dice que estaban con las puertas cerradas por miedo a los judíos y con ese dominio completo que tiene la materia entra en el lugar, les enseña las llagas, paz a vosotros. Sopla sobre ellos ese aliento que hace recuerdo al primer aliento con el que Dios sopló sobre el barro de la tierra para crear al ser humano y les dijo recibid el amor de Dios, recibid el Espíritu Santo.
A veces también nosotros somos como los primeros discípulos que tenemos las puertas cerradas por miedo, por miedo a que Dios me pida mucho, por miedo a que los demás piensen que soy un friki o un loco porque soy cristiano. Tenemos tantos miedos que a veces como que no dejamos que suceda la fe, que suceda la presencia de Dios dentro de mí, pero Jesús es tan poderoso, la divina misericordia es tan grande que no haya persona por muy lejos que se crea que esté de Dios, por mucho que se quiera esconder de él, a la que no llegue un aliento, ese soplo de Jesús, un soplo suave para decir tú también puedes recibir el Espíritu Santo.
No te empeñes en vivir en tus envidias, en tus amarguras, en tus rencores, no te empeñes en vivir en tus victimismos, no te empeñes en vivir en una vida que está como descuadernada porque el aliento de Jesús, la divina misericordia te va a buscar allá donde estés y por mucho que quieras cerrar las puertas, las ventanas y que te encierres a cal y canto en ti mismo, él va a estar. Y se trata de saber conocerlo, de darnos cuenta de que las promesas del Señor las cumple y que el amor de Dios no es para una élite, no es para un grupo, no es para unos pocos. Lo vimos el día del Viernes Santo como el buen ladrón se arrimó a Jesús, maestro, perdóname, no dijo maestro, dijo Señor acuérdate de mí cuando estés en tu reino y Jesús le contestó, te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el paraíso.
Hasta el último instante ese soplo del amor de Dios, igual que llegó al buen ladrón, llegará a cada uno de nosotros y esto creo que es esencial para nuestra vida. Nosotros vivimos de la divina misericordia, nosotros lo que nos sostiene, lo que nos alienta, lo que nos hace, es saber que siempre el soplo de Jesús, el Espíritu Santo, estará dentro de nosotros, que él no se rinde, que para él no sirven las puertas cerradas, que para él no sirve que nos queramos alejar o rechazarle, respetará nuestra libertad, pero no dejará de infundir su Espíritu Santo constantemente en cada uno de nosotros y por eso ojalá que abramos las puertas, nuestros corazones, al amor de Cristo.
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