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By Gonzalo Altozano La mesa de la cocina
'Ella es Giorgia' (La irresistible ascensión de Meloni)

'Ella es Giorgia' (La irresistible ascensión de Meloni)

2/25/2025 · 54:13
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Description of 'Ella es Giorgia' (La irresistible ascensión de Meloni)

De Giorgia Meloni tuve noticia por los periódicos y los telediarios, igual que la totalidad de los españoles. La práctica totalidad, mejor. Supongo que Santiago Abascal, presidente de Vox, tuvo un conocimiento primero de la líder de Fratelli d’Italia, sin mediación de pantallas ni de titulares.

Abascal invitó a Meloni a la primera gran fiesta de Vox, el Viva 21, algunos años antes de que los miembros del establishment español se peguen hoy entre sí por quién la vio primero. No discutan, caballeros. Fue el de Vox.

Por mi conocimiento del personaje -Abascal, no Meloni- supuse igualmente que la invitación a aquella fiesta de Vox respondía a un criterio de afinidad política y, en una medida no menor, de sintonía personal. Y en una noble dirección.

Afinidad y sintonía mutuas que se notaron en la campaña de las elecciones andaluzas del 22, en las que Meloni hizo de telonera de Abascal en un mitin en Marbella.

Los medios dieron cumplida cuenta del discurso de la italiana o, por precisar, de su colofón, ciertamente ronco, atronador y disyuntivo.

Sabedor de mi curiosidad creciente por Meloni, un amigo presente aquella tarde marbellí, Kiko Méndez-Monasterio, me aconsejó escuchar la intervención completa, por no hacerme una idea sesgada. Sostenía mi amigo que los tonos graves habían ido precedidos de acentos mucho más llanos. O sea, que Meloni se movía igual de bien en los registros de la arenga que en los de la distensión, la risa incluso.

Por más que busqué el discurso original no lo encontré. ¿Me fiaba de lo que contaba Kiko? Por él pongo la mano en el fuego… con la condición, eso sí, de que haya cerca una estación de bomberos y, en caso de demora del camión, una unidad de grandes quemados.

En aquella ocasión, mi estación de bomberos y mi unidad de quemados consistió en hacerme con un ejemplar de la autobiografía de Meloni, a propósito, publicada en España por Kiko, con prólogo de Abascal.

Leyendo sus páginas se confirmó una intuición nueva mía y una vieja certeza de tantos: la de que la derecha soberanista europea, tan en boga hoy, cuenta con su estética propia, y no solo, también, con una cierta poética y, más importante, con una innegable épica.

¿O no es una epopeya la historia de una quinceañera que un día llamó a las puertas blindadas de la sede de un partido en un barrio obrero y, treinta años después, se convirtió en la inquilina del palacio donde tiene su sede el Gobierno de Italia?

Episodio producido, escrito y narrado por Gonzalo Altozano.

Sonido: César García.

Diseño: Estudio OdZ.

Contacto: galtozanogf@gmail.com

Twitter: @GonzaloAltozano

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Hola, soy Gonzalo Altozano, esto es La Mesa de la Cocina, y el episodio de hoy se titula Ella es Giorgia. De Giorgia Meloni tuve noticia por los periódicos y los telediarios igual que la totalidad de los españoles. La práctica totalidad mejoró. Supongo que Santiago Abascal, presidente de Vox, tuvo un conocimiento primero de la líder de Fratelli d'Italia sin mediación de pantallas ni de titulares.

Abascal invitó a Meloni a la primera gran fiesta de Vox, el Viva XXI, algunos años antes de que los miembros del establishment español se peguen hoy entre sí por quién la vio primero. No discutan, caballeros, fue el de Vox. Por mi conocimiento del personaje, Abascal, no Meloni, supuse igualmente que la invitación a aquella fiesta de Vox respondía a un criterio de afinidad política y en una medida no menor de sintonía personal, y en una doble dirección. Afinidad y sintonía personal en una doble dirección.

Afinidad y sintonía mutuas que se notaron en la campaña de las elecciones andaluzas del 22, en las que Meloni hizo de telonera de Abascal en un mítin en Marbella. Los medios dieron cumplida cuenta del discurso de la italiana, o por precisar, de su colofón, ciertamente ronco, atronador y disyuntivo.

Sabedor de mi curiosidad creciente por Meloni, un amigo presente en aquella tarde marbellí, Kiko Méndez Monasterio, me aconsejó escuchar la intervención completa por no hacerme una idea sesgada. Sostenía a mi amigo que los tonos graves habían ido precedidos de acentos mucho más llanos. O sea, que Meloni se movía igual de bien en los registros de la arenga que en los de la distensión. La risa, incluso. Por más que busqué el discurso original, no lo encontré. Me fiaba de lo que contaba Kiko. Por él pongo la mano en el fuego.

Con la condición, eso sí, de que haya cerca una estación de bomberos y, en caso de demora del camión, una unidad de grandes quemados. En aquella ocasión, mi estación de bomberos y mi unidad de quemados consistió en hacerme con un ejemplar de la autobiografía de Meloni. A propósito, publicada en España por Kiko, con prólogo de Abascal. Leyendo sus páginas, se confirmó una intuición nueva mía y una vieja certeza de tantos. La de que la derecha soberanista europea, tan en boga hoy, cuenta con su estética propia y, no solo, también con una cierta poética y, más importante, con una innegable épica.

O no es una epopeya la historia de una quinceañera que un día llamó a las puertas blindadas de la sede de un partido en un barrio obrero y, treinta años después, se convirtió en la inquilina del palacio donde tiene su sed el gobierno de Italia. Y hecha esta introducción, aquí comienza, propiamente dicho, el episodio de hoy. Ella es Georgia. La sintonía de fondo es la de Candy Candy, una serie de dibujos japonesa que causó furor en la década de los 80 en países de todo el mundo.

A cantidad de mujeres hoy, niñas entonces, la musiquilla le traerá recuerdos de la historia malograda de amor entre una huerfanita cursi, Candy, y un apuesto jinete de buena familia, Anthony, tan perfectito que diríase meaba agua de colonia, el tío. A Georgia Meloni, primera ministra de Italia, la nostalgia de Candy Candy probablemente le llegue en vuelta, además, en una ensordecedora explosión procedente de su habitación de niña, con ruido de cristales rotos y resultado casi de muerte. La causa de la explosión fue un enorme oso de peluche en llamas que, a modo de núcleo irradiador, redujo a cenizas y huesos.

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