

Description of Elsa Borneman: El besuqueador
Voz: Manuel López Castilleja
Música: Bach_Adagio
Youtube.com
Le decían «El Besuqueador» o «El Besuquero». ¡Y bien merecido por cierto!
Aquel muchacho tenía una costumbre rarísima.
¿Saben cuál? Pues besar a personajes famosos. Se lo pasaba viajando de un lado a otro, en compañía de su fotógrafa particular. Iba llevado —tan sólo— por su deseo de estampar sonoros besos en las mejillas de presidentes, actores, deportistas escritores, músicos, bailarines...
A cuanto personaje muy conocido lograba acercarse... ¡CHUIC!... le daba un beso. Su fotógrafa particular apresaba aquel momento en su maquinita: ¡CLIC!
¡Qué feliz se sentía entonces «El Besuquero»! Tanto como cuando —ya de regreso en su casa— contemplaba su colección de fotografías que tapizaban todas las paredes de la vivienda. Ah... En cada una de ellas podía vérselo besando a algún famoso... (La mayoría de las veces el muchacho no salía muy favorecido que digamos; tales eran las contorsiones que debía hacer para dar sus «besos a la fuerza»... tantos eran los codazos que propinaba para abrirse paso entre el gentío y los guardaespaldas que suelen rodear a los grandes personajes... En síntesis: salía mal en las fotos... por lo general aparecía como un chiflado... pero ese detalle no empequeñecía su felicidad.)
—¿Se da cuenta de la cantidad de gente importante que llevo besada? —le dijo un día a su fotógrafa panicular—. ¡Soy tan importante como ellos!
Y se puso a cantar:
De mi boquita
nadie se escapa.
Besé a una reina,
también al Papa...
—¡Bah, bah!, ¡más le convendría hacerse gárgaras de talco, en vez de decir tamañas pavadas! —exclamó –de repente– la fotógrafa, mientras revelaba la última instantánea que le había tomado al Besuqueador, besuqueando al más publicitado futbolista de Mongonesia.
El muchacho se quedó mudo al escucharla. Aquella joven lo había acompañado desde el comienzo de sus viajes a través del mundo... Jamás le había hecho ningún comentario... ¿Qué le pasaría?
—¡Qué le pasa? —le preguntó entonces.
—Pasa que estoy harta, harrrta de trabajar para usted, un hombre tan pavo...
—¿Pavo yo?
—¡Pavísimo! ¡Con esa manía de besar porque sí... y jamás un besito para alguien que lo quiera! Además... ¿a usted quién lo besa? ¡Nadie, nunca, le dio un simple besito de amor!
¡Renuncio a mi empleo! ¡No lo soporto más! Adiós.
La joven se fue llorando. ¿Por qué lloraría?
Durante varios meses, el Besuqueador no salió a besuquear, tal era su confusión debido a las palabras de la fotógrafa.
Encerrado en su casa, pensaba en ellas una y otra vez.
¡Ah...! pero también pensaba en ella una y otra vez...
Hasta que un día, sintió que volvía a tener unas enormes ganas de dar un beso... ¿A quién? Pues a aquella muchacha anónima.
Entonces, la llamó por teléfono, le mandó un telegrama y le escribió una carta
para decírselo...
Y el besito que los unió más tarde fue de amor, de verdadero amor... Por supuesto, se pusieron de novios y se casaron.
Poco tiempo después, con todas sus ridículas fotos del pasado, el ex-besuqueador publicó un álbum titulado: «CUANDO YO ERA PAVO»...
Fue un best-seller.
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El besuqueador. Elsa Bornemann. ¿Le decían el besuqueador o el besuquero? Y bien merecido, por cierto. Aquel muchacho tenía una costumbre rarísima. ¿Saben cuál? Pues besar a personajes famosos. Se lo pasaba viajando de un lado a otro en compañía de su fotógrafa particular.
Iba llevado tan solo por su deseo de estampar sonoros besos en las mejillas de presidentes, actores, deportistas, escritores, músicos, bailarines… A cuanto personaje muy conocido lograba acercarse, le daba un beso. Su fotógrafa particular apresaba aquel momento en su maquinita.
¡Qué feliz se sentía entonces el besuquero! Tanto como cuando, ya de regreso en su casa, contemplaba su colección de fotografías que tapizaban todas las paredes de la vivienda.
En cada una de ellas podía vérselo besando a algún famoso. La mayoría de las veces el muchacho no salía muy favorecido, que digamos. Tales eran las contorsiones que debía hacer para dar sus besos a la fuerza. Tantos eran los codazos que propinaban para abrirse paso entre el gentío y los guardaespaldas que suelen rodear a los grandes personajes.
En síntesis, salía mal en las fotos. Por lo general, aparecía como un chiflado. Pero ese detalle no empequeñecía su felicidad. ¿Se da cuenta de la cantidad de gente importante que llevo besada? Le dijo un día su fotógrafa particular. ¡Soy tan importante como ellos! Y se puso a cantar. De mi boquita nadie se escapa. Besé a una reina, también al papa.
¡Bah, bah! Más le convendría hacerse gárgaras de talco en vez de decir tamañas pavadas, exclamó de repente la fotógrafa mientras revelaba la última instantánea que le había tomado al besuqueador besuqueando al más publicitado futbolista de Mongonesia. El muchacho se quedó mudo al escucharla. Aquella joven lo había acompañado desde el comienzo de sus viajes a través del mundo. Jamás le había hecho ningún comentario. ¿Qué le pasaría? ¿Qué le pasa? le preguntó entonces. ¡Pasa que estoy harta, harta de trabajar para usted, un hombre tan pavo! ¿Pavo yo? ¡Pavísimo! Con esa manía de besar porque sí y jamás un besito para alguien que lo quiera.
Además, ¿a usted quién lo besa? Nadie nunca le dio un simple besito de amor. Renuncio a mi empleo. No lo soporto más. ¡Adiós! La joven se fue llorando. ¿Por qué lloraría? Durante varios meses el besuqueador no salió a besuquear. Tal era su confusión debido a las palabras de la fotógrafa. Encerrado en su casa, pensaba en ellas una y otra vez. Pero también pensaba en ella una y otra vez. Hasta que un día sintió que volvía a tener unas enormes ganas de dar un beso. ¿A quién? Pues a aquella muchacha anónima. Entonces la llamó por teléfono, le mandó un telegrama y le escribió una carta para decírselo.
Y el besito que los unió más tarde fue de amor, de verdadero amor. Por supuesto, se pusieron de novios y se casaron. Poco tiempo después, con todas sus ridículas fotos del pasado, el ex besuqueador publicó un álbum titulado Cuando yo era pavo. Fue un bestseller.
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