

Description of El emisario, de Ray Bradbury
Hoy os traigo la versión remasterizada de "El emisario", un relato del reconocido autor estadounidense Ray Bradbury. Publicado por primera vez en 1947, este cuento forma parte de la colección "El país de octubre" (1955).
"El emisario" nos presenta a Martin, un niño enfermo que encuentra compañía en su perro, Torry, quien le trae noticias del mundo exterior. La conexión entre Martin y Torry se profundiza cuando el perro comienza a traerle visitas inesperadas.
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Clásicos de la Casa de la Bruja.
Los mejores relatos de este podcast en versión remasterizada.
Los Cuentos de la Casa de la Bruja presentan El Emisario, un relato de Ray Bradbury.
Supo que había llegado de nuevo el otoño, porque Torrey entró retozando en la casa, trayendo con él un refrescante olor a otoño.
En cada uno de sus perrunos rizos negros llevaba una muestra del otoño.
Tierra húmeda, con la humedad peculiar de aquella estación, y hojas secas, color de oro pajizo.
El perro olía exactamente igual que el otoño.
Marte Christie se incorporó en la cama y alargó una mano pálida y pequeña.
Torrey ladró y exhibió una generosa longitud de lengua, la cual pasó una y otra vez por el dorso de la mano de Martín.
Torrey la lamía como si fuera una golosina.
—¡A causa de la sal! —declaró Martín, mientras Torrey se encaramaba a la cama de un salto.
—¡Baja! —le advirtió Martín. —A mamá no le gusta que te subas a la cama.
Torrey aplastó sus orejas.
—Bueno —condescendió Martín—, pero solo un momento, ¿eh? Torrey calentó el delgado cuerpo de Martín con su calor perruno.
Martín aspiró intensamente el olor que se desprendía del perro, un olor a tierra húmeda y a hojas secas.
No le importaba que mamá gruñera.
Después de todo, Torrey era un recién nacido, recién nacido de las entrañas del otoño.
—¿Qué has visto por ahí, Torrey? ¡Cuéntamelo! Tendido allí, Torrey se lo contaría.
Tendido allí, Martín sabría qué aspecto tenía el otoño, como antes, cuando la enfermedad no le había postrado en la cama.
Ahora, su único contacto con el otoño era el perro, con su olor a tierra húmeda y a hojas secas, color de oro pajizo.
—¿Dónde has estado, Torrey? Pero Torrey no tenía que contárselo. Martín lo sabía.
Había trepado hasta lo alto de una colina por un sendero tapizado de hojas secas para ladrar desde allí su canino de leite.
Había vagabundeado por la ciudad pisando el barro formado por las intensas lluvias.
Allí había estado Torrey.
Y los lugares visitados por Torrey podían ser visitados después por Martín, porque Torrey se lo revelaba siempre por el tacto, a través de la humedad, la sequedad o el encrespamiento de su piel.
Y, tendido en la cama, con la mano apoyada sobre Torrey, Martín conseguía que su mente reconstruyera cada uno de los paseos de Torrey a través de los campos, a lo largo de la orilla del río, por los senderos bordeados de tumbas del cementerio, por el bosque.
A través de su emisario, Martín podía ahora establecer contacto con el otoño.
La voz de su madre se acercaba, furiosa.
Martín empujó al perro.
—¡Baja, Torrey! Torrey desapareció debajo de la cama en el mismo instante en que se abría la puerta de la habitación y aparecía mamá, echando chispas por sus ojos azules.
Llevaba una bandeja de ensalada y jugos de fruta.
—¿Está Torrey aquí? —preguntó.
Al oír pronunciar su nombre, Torrey golpeó alegremente el suelo con la cola.
Mamá dejó la bandeja sobre la mesilla de noche con aire impaciente.
—Ese perro es una calamidad.
Siempre está metiendo las narices por todas partes y cavando agujeros.
Esta mañana ha estado en el jardín de Miss Starkins y ha excavado un enorme agujero.
Miss Starkins está furiosa.
—¡Oh! —Martín contuvo la respiración.
Debajo de la cama no se produjo el menor movimiento.
Torrey sabía cuándo tenía que mantenerse quieto.
—Y no es la primera vez —dijo mamá—.
El de hoy es el tercer agujero que cava esta semana.
Tal vez está buscando algo.