Ep 104: Valentiniano en el Rin + Teodosio el Viejo y la lucha por Britannia.

La política interior que Valentiniano I llevó a cabo en sus estados de Occidente fue intensa, fue profunda y llena de dificultades, como vimos en el capítulo anterior.

Occidente parecía quedarse atrás en muchos aspectos. Respecto a Oriente, sus ciudades no eran tan populosas ni su economía tan pujante y además estaba amenazado en sus fronteras de una forma mucho más intensa que la parte oriental. Cierto que en Oriente la frontera persa se había movido considerablemente hacia el oeste, amenazando Antioquía, pero la situación no era comparable.

Oriente disfrutaba de una solidez económica mayor, con provincias ricas como Egipto, Siria o Asia Menor, provincias muy urbanizadas que generaban abundantes impuestos, lo cual garantizaba una base financiera muy estable para mantener ejércitos y fortificaciones.

Las fronteras en Oriente además eran más estables, el Eúfrates y el desierto mantenían lejos a los persas, mientras que en Occidente el Rhin o el Muro de Adriano solo separaban a los bárbaros unos metros, literalmente. Y además no hablamos aquí de estados organizados, como es el caso del Estado Sassánida y de incursiones militares más o menos eficaces y de labor diplomática, sino de una auténtica presión migratoria que en Oriente no existía.

Los persas además podríamos decir que eran más predecibles, que funcionaban con tratados y guerras más clásicas, mientras que los bárbaros de Occidente actuaban en oleadas de incursiones y eran mucho más difíciles de someter de manera definitiva. Además Constantinopla, la capital de Oriente, albergaba unas estructuras administrativas más nuevas, más sólidas, nada que ver con el mundo occidental y sus provincias, controladas muchas veces por aristocracias terratenientes corruptas. Quizá este es uno de los motivos por los cuales el Senado de la ciudad de Roma diera tantos problemas a Valentiniano.

Ellos veían que en Oriente, desde Constantinopla, como capital incontestable, las cosas funcionaban.

Y ellos, estos romanos, pensaban que la causa de que Occidente atravesara malos momentos era por haber abandonado a Roma como vieja capital. Roma podía ser una nueva Constantinopla, una gran capital de nuevo y, al igual que Constantinopla se inspiró en la vieja Roma, pues ahora Roma debería seguir los pasos de la capital de Oriente.

Lo que vemos en las reivindicaciones del Senado y las aristocracias de la ciudad de Roma que tratamos en el episodio anterior, no es otra cosa amigos que el intento de salvar Occidente, volviendo a dar a Roma y a Italia el esplendor perdido, recuperando además sus viejos valores e incluso su religión tradicional. De ahí que Símaco, Pretextato y el resto de aristócratas fueran paganos fervorosos.

Pero esto, pienso yo, fue tan solo un sueño, una quimera. Era imposible volver al esplendor perdido y hacer de Roma la gran ciudad que fue. Los provinciales, ya panonios, ya galos o hispanos, veían una realidad muy diferente a la de los senadores que parecían que no veían más allá de su ombligo. El nervio político de Occidente no podía estar en Italia ni en Roma por la sencilla razón de que el peligro no llegaba de allí sino del norte.

Además, el ejército que debía llevar las águilas hasta los confines del mundo y defender los valores romanos no estaba compuesto por romanos. La mayoría eran gentes de provincias que hablaban un latín tosco, lleno de giros célticos o germánicos y, muchas veces, estos soldados eran bárbaros en proceso de cristianización y otros paganos pero adoradores de sus viejos dioses de los genios y divinos.