Episodio VIII

Señores, amigos, les presento a un hombre que todos conocemos como escritor y como filósofo, Giordano Bruno.

¡Cómo no! Le conozco.

¡Me tiene fascinada! ¿Es cierto que ha venido a enseñarnos los secretos de la magia? He venido para aprender.

Es una forma sorprendente de encontrar la sabiduría.

Ahora, pues, es un... es un estado del alma.

Sí, señor.

Aquí mis libros circulan libremente.

Y yo circulo aún más libremente.

Me parece que aprecias demasiado los placeres para ser un filósofo.

¿Y quién te ha dicho que un filósofo tenga que desdeñar los placeres? ¡Ama! Vive cuanto puedas y quiera quien te quiera.

Es muy cómoda tu filosofía.

¡La filosofía nunca es cómoda! Requiere un esfuerzo.

¿Un esfuerzo? ¿A cambio de qué? A cambio de todo o de nada.

Depende de cómo veas las cosas.

El filósofo, aunque no posea nada, es dueño de su propio destino.

A mí me enseñaron que la virtud de la que hablas nace de la fe.

Y no de la curiosidad.

¡Lo sé! Me sé de memoria las historias con las que os han machecado el cráneo desde la cuna a la escuela.

Y luego, en el púlpito, se pobres de espíritu, se tumildes de mente.

¡Renunciad a la razón! ¡Apaga esa luz cegadora de la inteligencia que te quema! ¡Y te consume! Porque cuanto más sepas, más encaminarás tu destino a sufrir.

¡Renuncia a tus sentidos! ¡Sí, prisioneros de la santa fe, vive en tu estado de borrego! ¡Vivir así! ¡Vivir en la muerte! Afirmáis que Moisés era un mago y también nuestro Señor Jesucristo.

Has dicho que la magia es lícita y que también los corpetas y apóstoles eran magos.

Propongo que se ceda la palabra a Giordano Bruno.

Que haga las declaraciones de principio.

Cuando dije que los procedimientos usados por la iglesia no son los de los apóstoles, ya que la iglesia utiliza el poder y no el amor.

Cuando dije esto, no erraba.

Cuando dije que mi filosofía era la libre búsqueda y no el dogma, no erraba.

Me equivoqué, creyendo que podía pedirle a la iglesia que combatiese un sistema de superstición, de ignorancia, de violencia.

Señoras y señores, siéntanse cómodamente ubicados en la butaca del centro, porque aquí comienza el juego mágico de la memoria.

Champs-Élysées.

Champs-Élysées.

Amitié aux Champs-Élysées.

Comenzamos con unas palabras del metafísico René Guénon, extraídas de su artículo Los Límites del Mental, perteneciente al libro Consideraciones sobre la Iniciación.

El conocimiento metafísico, en el verdadero sentido de esta palabra, siendo de orden universal, sería imposible si no hubiera en el ser una facultad del mismo orden.

Esta facultad es propiamente la intuición intelectual.

Dicho conocimiento solo es posible porque el ser, que es un individuo humano en un cierto estado contingente de manifestación, también es otra cosa al mismo tiempo.

Todo conocimiento que se puede llamar verdaderamente iniciático resulta de una comunicación establecida conscientemente con los estados superiores.