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By Vega secreta El secreto de Vega
Esclava de Secreto

Esclava de Secreto

6/23/2025 · 06:18
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El secreto de Vega Episode of El secreto de Vega

Description of Esclava de Secreto

Prepárate, porque el episodio de hoy viene cargado de sensaciones. Nos adentramos de nuevo en el mundo de Secreto, mi amo oculto, y te aseguro que la experiencia ha sido... ¡electrizante!

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Hola, gracias por visitar el secreto de vega.

El día terminaba y la rutina de salir del trabajo me envolvía con su cansina familiaridad.

Pero la tranquilidad se desvaneció de golpe con el zumbido de mi teléfono.

Era secreto.

Un mensaje corto o directo que heló mi sangre y a la vez encendió una chispa en mi interior, rápido ve a tu casa.

Mis manos temblaron al guardar el móvil.

¿Qué querría de mí? Esta pregunta, siempre presente cuando él aparece, se clavaba en mis pensamientos como una dulce tortura.

El camino a casa fue una nebulosa de ansiedad y excitación.

Cada semáforo en rojo era una eternidad, cada paso en el portal, un preludio.

Al cruzar el umbral, marqué su número.

El tono sonó dos veces antes de que su voz, profunda y autoritaria, resonara en mi oído.

«Desnúdate» fue la primera orden.

Mis dedos, ágiles y temblorosos a la vez, desabrocharon mi ropa.

La tela se deslizó al suelo, liberándome de cualquier artificio.

«Ahora», continuó su voz, «quiero que tomes una barra de labios roja.

Y escribas en tu vientre, grande y claro, la palabra esclava».

Mis ojos se posaron en el pequeño tubo rojo sobre mi tocador.

Tomé el labial y con pulso firme a pesar de la excitación, tracé cada letra sobre mi piel.

El color vibrante contrastaba con la palidez de mi vientre, sellando la palabra y mi destino.

«Una vez hecho», su voz me ordenó, «inicia una videollamada».

Mi corazón martilleaba en mi pecho.

Tomé el teléfono, la pantalla brillaba con mi reflejo desnudo.

La inicié.

«Al otro lado, secreto».

Yo no podía verlo pero sentía su mirada, pesada y penetrante, recorriendo cada centímetro de mi cuerpo.

Me expusé.

La palabra esclava en mi vientre brillando bajo la luz de la habitación.

Coge un cepillo de pelo, su voz cortó el silencio.

Mis ojos buscaron el objeto en mi mesa.

Lo tomé, mis dedos aferrándose al mango.

«Quiero que te golpees los muslos.

Repetidamente».

Sin dudar, levanté el cepillo.

El primer golpe fue un latigazo.

Luego otro y otro.

Mis muslos comenzaron a enrojecerse, las marcas apareciendo con cada impacto.

El dolor era un eco en mi piel, un recordatorio constante de su poder.

Golpeé y golpeé con movimientos rítmicos, obedientes, hasta que un basta seco y potente me detuvo.

«Ahora», dijo y mi respiración se contuvo.

«Arrastra las cerdas del cepillo por esas marcas enrojecidas».

El filo de las cerdas rasgó mi piel sensible.

El dolor punzante me atravesó, un fuego que se extendía por mis muslos.

Gruñí apretando los dientes mientras el ardor se clavaba en mis sentidos.

Cada pasada era una descarga eléctrica, una agonía deliciosa que me conectaba más y más con él.

Mis ojos se cerraron por un instante, disfrutando de esa punzada agridulce.

Detente ordenó y el alivio se mezcló con una punzada de desilusión.

La piel de mis muslos ardía viva.

«Quiero que te masturbes».

Mi mirada se clavó en la pantalla.

Mi respiración se aceleró.

«No te detengas hasta que yo te lo ordene».

Mi mano voló hacia mi intimidad.

Mis dedos comenzaron a explorarme, a acariciarme, lenta al principio, luego con más urgencia.

Los gemidos escapaban de mis labios, mi cuerpo se arqueaba frente a la cámara, expuesto a sus caprichos.

El placer crecía con una ola inmensa que me arrastraba.

El primer orgasmo estalló poderoso, recorriendo cada fibra de mi ser.

Mis músculos se contrajeron, mis caderas se elevaron, pero la orden no llegó.

Él quería más.

Y yo, su esclava, se lo daría.

Volvía a acariciarme, el pulso se aceleraba más, con la excitación desbordándome.

El segundo orgasmo llegó más profundo, más intenso que el anterior.

Mi cuerpo temblaba, mi mente se disolvía en la neblina del placer.

Pero aún así, no hubo orden de parar.

Un tercer orgasmo me sacudió con una fuerza abrumadora.

Las lágrimas brotaron de mis ojos no de tristeza sino de una gratitud sincera, mi cuerpo entero vibraba, exhausto pero extasiado.

Finalmente su voz tronó, «¡Es suficiente!».

Al instante desconectó la llamada.

Me quedé sola con mi cuerpo empapado en sudor, mis muslos ardiendo, mi intimidad palpitando.

La pantalla se volvió negra y la oscuridad de la habitación pareció envolverme.

Turbada, exhausta, pero con una sonrisa en los labios, me quedé allí, esperando.

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