Evangelio 01 Junio 2025

Paz y alegría, queridos hermanos y hermanas, sean todos bienvenidos a una reflexión marco en la poderosa Palabra de Dios.

Hoy es domingo primero de junio. Estamos hoy celebrando la Ascensión de Nuestro Señor en este domingo dentro del marco pascual.

El Evangelio que vamos a compartir se toma de San Lucas capítulo 24, del 46 al 53.

En aquel tiempo, Jesús se apareció a su discípulo y les dijo, Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios, y el perdón de los pecados.

Ustedes son testigos de esto. Ahora yo les voy a enviar al que mi padre les prometió, permanezcan pues en la ciudad hasta que reciban la fuerza de lo alto.

Después salió con ellos fuera de la ciudad, hacia un lugar cercano a Betania, levantando las manos los bendijo, y mientras los bendecía, se fue apartando de ellos y elevándose al cielo.

Ellos, después de adorarlo, regresaron a Jerusalén llenos de gozo, y permanecían constantemente en el templo alabando a Dios.

Palabra del Señor.

Meritemos y oremos.

La Pascua entra en su etapa final, pero su final es manifestación de profundo amor de Dios, pues se trata de la plenitud y trascendencia, como decía el Papa de Feliz Memoria, Benedicto XVI.

Si la cruz revela la plenitud del amor que Dios nos tiene, un amor crucificado, que no acaba en el escándalo del Viernes Santo, sino que culmina en la alegría de la resurrección y la ascensión al cielo, y en el don del Espíritu Santo, así hablaba el Papa de Feliz Memoria.

Estamos llamados a mirar también hacia lo alto, a elevar los ojos a contemplar las diversas expresiones de la trascendencia que animan e interpelan nuestra profunda interioridad.

Nuestra mirada ha de aprender a captar lo que la trasciende, porque en las sencillas acciones de Jesús en torno a su ascensión, cantamos de alguna manera la forma como Dios nos mirada y trata en los gestos de su Mesía glorificado.

Su mirada no es la de un Dios tirano y humillador, ni la del dominio y la autoridad terrenal, sino más bien la mirada luminosa de un Dios que promete revestir a sus testigos con el poder de lo alto, que los bendice, que los eleva y libera, que los llena de gozo.

Como si el Padre, hablando ahora directamente a nuestra conciencia, porque es el Padre que nos revela a su Hijo, Jesús no deja de bendecirte, ni siquiera en el momento de separarse de este mundo, para ingresar en el Definitivo de Dios.

Cuenta siempre con esos gestos significativos que te harán fuerte ante las dificultades, ante quienes querrán exigirte obediencia, pero tú estarás preparado para testimoniar que yo soy tu Padre.

En la persona de mi Hijo amado, Jesús Nazareno, quiero manifestarte mi ternura, mi amor infinito, mi compasión, mi misericordia de lo que es mi Hijo en esa entrega generosa para todos y cada uno de los seres humanos.

Te he elegido para proclamar con todo el dinamismo propio del Espíritu Santo, que al ser humano le corresponde por derecho mi bendición.

Le corresponde mi gracia. Cuando sientas que la impotencia toca tu puerta, recuerda que la Pascua contiene en sí misma el mensaje de la liberación y de la elevación de todo lo verdaderamente humano a la trascendencia.

Vive como un resucitado. Vive en libertad. Eres mi Hijo, mi Hija, de lo alto para siempre.

Amén.