Paz y alegría, queridos hermanos y hermanas, sean todos bienvenidos a una reflexión más con la poderosa palabra de Dios.

Hoy es jueves 27 de marzo, en la tercera semana de Cuaresma, compartimos el Evangelio de San Lucas, capítulo 11, del 14 al 23.

En aquel tiempo Jesús expulsó a un demonio que era mudo. Apenas salió el demonio, habló el mudo, y la multitud quedó maravillada.

Pero algunos decían, este expulsa a los demonios con el poder de Satanás, el príncipe de los demonios.

Otros, para ponerlo a prueba, le pedían una señal milagrosa.

Pero Jesús, que conocía sus malas intenciones, les dijo, todo reino dividido por luchas internas va a la ruina, y se derrumba casa por casa.

Si Satanás también está dividido contra sí mismo, ¿cómo mantendrá su reino? Ustedes dicen que yo arrojo a los demonios con el poder de Satanás.

Entonces, ¿con el poder de quién lo arrojan los hijos de ustedes? Por eso ellos mismos serán sus jueces.

Pero si yo arrojo a los demonios por el poder de Dios, eso significa que ha llegado a ustedes el reino de Dios.

Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros.

Pero si otro más fuerte lo asalta y lo vence, entonces le quita las armas en que confiaba y después dispone de sus bienes.

El que no está conmigo, está contra mí.

Y el que no recoge conmigo, desparrama.

Palabra del Señor.

Meditemos y oremos.

Dado que la Santa Cuaresma se propone provocar en nosotros una respuesta positiva al querer salvador y liberador de Dios, podemos meditar sobre cómo sonaría una respuesta generosa a la voz de Dios.

Una posibilidad sería, reconocemos, Señor, que nos has enseñado por mediación de tu enviado, los profetas.

Entendemos y acogemos el sentido eterno de tus mandatos.

Vemos y creemos que el camino que nos traza con tus preceptos nos conducen a la salvación.

Por eso confesamos que estamos dispuestos a recorrerlo con fidelidad.

Más aún, confesamos en comunidad de iglesia que estamos listos para obedecer tus palabras.

La palabra de la revelación que nos invita a unirnos a ti, a ir hacia ti, a estar del lado de Jesús en su implantación del reino y en la liberación de toda la fuerza que oprimen al ser humano.

En verdad, estamos bien dispuestos, porque los años que hemos vivido de la fe, la esperanza y el amor, que han dejado de conspirar contra nuestra vida, la han intensificado.

Tus palabras se han encarnado en nuestra historia.

Todo ha quedado impregnado por ellas y nos hacen vivir.

Ahora abierto a la escucha de tu palabra, Padre, tus hijos, tus hijas, a lo que tú has llamado, a presentarte y acoger con buen ánimo tu palabra, a dejarnos envolver por la salvación que proclama, haz tú, Padre, la diferencia respecto a las antiguas generaciones.

Demuestra que tu palabra no es una carga que oprime, sino una fuerza liberadora de todo lo que pueda oprimir al ser humano.

Gracias, Padre. Tú que eres nuestro Padre tierno y misericordioso, en la persona de tu Hijo Amado, Jesucristo, nos has llamado a vivir al servicio de las personas, de la vida, de la verdad, de la justicia, de la liberación.

Además, en las personas que nos han dado la espalda y no el rostro, que se han vuelto ostercas y se refugian en la no obediencia, con el dinamismo del Espíritu Santo, haz que nos abramos, Padre, a la acción de tu Hijo, para que podamos dar testimonio de que, a quien escucha y obedece la palabra, seremos cercanos amigos y dador de paz.

Amado Padre, concédenos en este día tu Santo Espíritu, para que se pueda decir de nosotros, ¡eh!