Fe y humildad

Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro.

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Amén.

Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes.

Te adoro con profunda reverencia.

Te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con fruto este rato de oración.

Madre mía inmaculada, San José mi Padre y Señor, ángel de mi guarda, intercedan por mí.

En el capítulo 17 del Evangelio de San Lucas, se presentan unas enseñanzas variadas de Jesús, Camino de Jerusalén.

Acaba de pasar la parábola de Lázaro y el Rico de Bulón.

Y unos consejos de Jesús sobre la necesidad de evitar el escándalo y la importancia de la corrección fraterna.

Quizás, al darse cuenta de la magnitud de lo que el Señor exigía para seguir sus enseñanzas hasta el final, San Lucas cuenta que los apóstoles le dijeron al Señor, aumentanos la fe.

Esta petición muestra que ya se habían dado cuenta de que no era solo cuestión de proponérselo, sino que ante todo había que pedírsela a Dios.

Inermes ante la magnitud de la tarea, dice una exégeta, sobre todo la del perdón, estos interlocutores piden ayuda a Jesús.

Señor, aumentanos la fe.

Forma parte de la misma virtud, creer en la onipotencia de la gracia divina que obra en nosotros.

San José María, hacia el final de su vida, abría el corazón a sus hijos y les contaba que todos los días, no una vez, sino muchas, yo se lo repito, le diré algo que le pedían los apóstoles, aumentanos la fe, la esperanza y la caridad.

Desde luego lo hacía cada eucaristía en la consagración, desde el fondo de su alma le decía al Señor, ahí presente en las especies sacramentales, domini, ad augen obis fiden, spem et caritatem.

Jesús les responde a esa petición de aumento de fe.

Si tuvieran fe como un granito de mostaza, le dirían a esa morera, arráncate de raíz y plántate en el mar y les obedecería.

La respuesta tuya, Señor, es que tampoco hace falta demasiada fe.

Basta con una fe tan pequeña como un grano de mostaza para hacer milagros.

Si no arrancamos árboles, puede uno concluir, es que todavía nuestra fe es pequeñísima.

Toda fe, por pequeña que sea, dice un autor, es rigurosa y eficaz, capaz de arrancar y desplazar a los árboles, que son los símbolos de la solidez y la estabilidad.

Tu, Señor, les respondes, insistiendo en la capacidad que tiene el creyente cuando está unido a ti y haciéndoles ver que ese esfuerzo de fidelidad no hace que tengamos derecho a ningún reconocimiento ulterior, que hemos de tener la humildad para reconocer que somos siervos inútiles, solo hemos hecho lo que teníamos que hacer, como veremos al final.

Esta es la clave de la enseñanza que meditaremos hoy, la importancia de la fe y de la humildad.

En las dificultades, dice otro autor, el discípulo de Jesús se mantiene por su fe y su fidelidad, que se relacionan mucho, son de la misma raíz, sirviendo a Dios con humildad.

Fe en primer lugar.

En la primera lectura relacionada con este pasaje, hay unas palabras del profeta Habacuc, al cual el Señor le responde que el justo vivirá por su fe.

Las palabras que impresionaron mucho a San Pablo, que ahondará en esa enseñanza, que no son tanto las obras, sino la fe, la que nos salvará.

Poder de la fe.

Confianza en los sueños del Señor, en sus designios para nosotros, que son más grandes que los nuestros.

Como dice el profeta.