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By Ascension Badiola Historias para escuchar en el metro (A. Badiola)
Ficción sonora: FEMINISMO de Historias para Escuchar en el Metro.

Ficción sonora: FEMINISMO de Historias para Escuchar en el Metro.

6/8/2025 · 12:02
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Don Diego López de Haro, apodado el Intruso, por haberle arrebatado el Señorío de Bizkaia a su sobrina María, ha permanecido durante siglos como el único y verdadero fundador de Bilbao y su estatua está en la plaza Circular de la villa. Sin embargo, María que volvió a fundar la villa diez años después, en 1310, a la muerte de su tío, cuando por fin pudo recuperar el mando sobre territorio vizcaino, también desea lograr su lugar de honor en la ciudad. Ya va siendo hora de cambiar la estatua.

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Bienvenidos a historias para escuchar en el metro.

Hoy, estación de abando. Relato feminismo, empezamos. Primero fueron las palomas las que dieron testimonio de lo que ocurrió aquel martes a mediodía, en pleno carnaval, con atasco de tráfico y todo, cuando la ciudad borboteaba gente que copaba semáforos, tiendas, aceras y bocas de metro. Lo cierto es que nadie más que ellas, las palomas, se percataron de que la figura medieval de don Diego ya no estaba en su columna en el centro de la plaza.

La gente sólo se fijó en el tranvía que, durante un largo espacio de tiempo, estuvo dedicando sus alarmantes campanillas a un coche parado en mitad de la vía, mientras unos cuantos transeúntes que rodeaban al apurado conductor, decidieron finalmente empujar el vehículo averiado, con el fin de dejarlo en un lado de la calle, a costa de entorpecer todavía más el tráfico atascado. Don Diego había descendido con cuidado de su columna de mármola posentada sobre una base circular de piedra arenisca, procurando no caer y lastimarse.

Una vez en el pavimento, tras tanto tiempo allá arriba viendo pasar gajos de nube a la velocidad del viento, lluvias melancólicas, manifestaciones con pancartas, tardes escarlata y miles de lunas de plata, decidió al fin mezclarse entre la gente que había visto transitar bajo sus pies durante generaciones, ataviada con boinas y sombreros, con abarcas y zapatos de tacón, montados a caballo, en burro, en carruaje, en Seat 600 o en modernos automóviles eléctricos. Precisamente en el día de su descenso a la vida real, el populacho se había disfrazado de mariposa, de payaso, de obispo, de bebé, de cabaretera o de otras cataduras, a cual más grotescas.

Entre tanto disfraz, Don Diego pasó desapercibido con su espada de hierro, que pesaba un quintal, colgada al cinto, mientras paseaba entre la multitud, observándola con descaro. A la altura de unos grandes almacenes, se paró para ajustarse las calzas y la vesta y agradeció internamente la protección de la cota de malla y del almofar, muy útiles en aquel frío mes de febrero. Luego reemprendió la marcha sin rumbo, hasta que se topó con otros caballeros ataviados de modo similar a él, con yelmos, espadas, guantes y cabalgaduras.

Esta puede ser mi gente, por fin la encuentro. Aquellos hombres bien podían servirle a él y al rey castellano o al aragonés, según fuese necesidad, así que, para conseguir el mejor caballo de los que montaban, les prometió buenos pagos y ganancias, fruto de correrías y batallas a las que añadir los favores del rey de Castilla, quien, a buen seguro, concedería tierras y fortalezas para ellos y sus familias.

Los disfrazados decidieron seguir al loco en su delirio por las calles, espoleando sus cabalgaduras y jaleando a la muchedumbre para que se apartara y dejara pasar a tan noble señor, no sin chanzas y reverencias exageradas de por medio, hasta llegar al arenal, antiguo puerto en el que en siglos anteriores podían verse navíos anclados, procedentes de Flandes, de Inglaterra y de otros lugares lejanos, gracias a la carta Puebla de Don Diego y a la de su sobrina María, que lograron que aquel lugar se convirtiese en población importante con salida al mar.

Dejen pasar a este gran señor, grande entre los más grandes, decían entre relinchos, obligando a la gente a apartarse. ¿Se puede saber dónde están los navíos? ¿Qué ha sido del puerto al que yo concedí la carta de fundación para mejora del comercio y de los privilegios de sus habitantes? Preguntó Don Diego girando su montura y colocando la mano en forma de visera sobre los ojos para mirar en lontananza.

Pero mi noble señor, el puerto de Bilbao ya no está en el arenal. Ahora está en Santurce. Allí podrá ver los buques que llegan cargados de gas procedente de Rusia y barcos que vienen de China con chips y otras mercancías imprescindibles para fabricar lavadoras, vehículos, ascensores y máquinas de todo tipo.

La forma más rápida de ir es en metro, sin duda, pero debemos dejar los caballos aquí arriba. No nos dejarán entrar con ellos, señor. Pues dirijamosnos allá donde quiera que esté ese puerto y allí redactaré un nuevo fuero y modernos privilegios para esta población, pero sin desprendernos de nuestras cabalgaduras.

Jamás se vio caballero sin caballo, ni rey sin corona, o castillo sin torre del homenaje.

Así que, siguiendo la consigna del loco, la docena de hombres montados a caballo lo siguieron con moza, muertos de la risa y haciendo gestos tras el noble señor, que no parecía percatarse de la chanza que se traían. De este modo, el caballero penetró en la boca de metro con la majestuosidad de un príncipe seguido por su séquito. Claro que, al toparse con los tornos, tuvo que recular, coger carrerilla y saltar el obstáculo, para luego descender de la montura y ayudar a los animales.

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