En el año de la muerte del rey Uzías[a] vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y la orla de su manto llenaba el templo. 2 Por encima de El había[b] serafines; cada uno tenía seis alas: con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies y con dos volaban. 3 Y el uno al otro daba voces, diciendo[c]:
Santo, Santo, Santo, es el Señor de los ejércitos,
llena está toda la tierra de[d] su gloria.
4 Y se estremecieron los cimientos[e] de los umbrales a la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. 5 Entonces dije:
¡Ay de mí! Porque perdido estoy,
pues soy hombre de labios inmundos
y en medio de un pueblo de labios inmundos habito,
porque han visto mis ojos al Rey, el Señor de los ejércitos.
6 Entonces voló hacia mí uno de los serafines con un carbón encendido en su mano, que había tomado del altar con las tenazas; 7 y con él tocó mi boca, y dijo: He aquí, esto ha tocado tus labios, y es quitada tu iniquidad y perdonado[f] tu pecado. 8 Y oí la voz del Señor que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí: Heme aquí; envíame a mí. 9 Y El dijo:
Ve, y di a este pueblo:
“Escuchad bien, pero no entendáis;
mirad bien, pero no comprendáis.”
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