
EL GRIAL, LA ESPADA Y EL PILAR DEL APRENDIZ

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Situada muy cerca de Edimburgo, la Capilla de Rosslyn lleva mucho tiempo siendo un símbolo del misterio en Escocia, por las extrañas figuras que hay talladas en sus paredes y pilares, por la relación de su fundador, William Sinclair, con supuestos grupos pre-masónicos y templarios, por su lápida alusiva al Grial y a la Espada y también por todo el embrujo que recoge de tantas leyendas como se cuentan sobre ella. No es una magnífica catedral, sino una pequeña capilla, pero seguramente encierre más misterios que cualquier otra en el mundo.
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Soy la vaina de tu espada, tengo muchos nombres, soy Isis, Astarte, Ishtar, Belit, Malaka, Noctiluca, María, depende quién me haya conocido.
Enváiname dulcemente esta noche, suavemente, no me rompas, tu espada es doble.
El nombre de la vaina es Minne, memoria de la sangre.
En la sangre va el recuerdo del amor perdido al comienzo de los tiempos.
Búscame en tu sangre, manténla.
Cuando recuerdes lo que tu sangre te dice, cántalo.
Serás un guerrero trovador, un Minnesanger, que habrá cantado para la eternidad nuestro sueño de resurrección y amor eterno.
Serpientes y palomas, ya en preventa. Ediciones Egregor.
Bienvenidas y bienvenidos a Horizontes Perdidos, un podcast de Leo Vicente.
Entrad libremente y por vuestra propia voluntad.
Un viaje mágico para recuperar el centro.
Sendas a los adentros, geografía mítica y atlas espiritual para nobles viajeros.
Parecían cabalgar hacia el centro del laberinto, allá donde se encuentra la última razón.
El maestro de obras dejaba ir su montura al paso, entreteniéndose en mirar las flores del margen del camino, buscando, quizá, ese místico especimen que se oculta bajo mil pétalos.
Junto a tres caballeros escoceses, iba a cumplir la voluntad de un rey muerto.
Sus viejos huesos todavía eran capaces de sostener la armadura.
Atravesando España, el maestro de obras, conocedor de los secretos de los hornos de festos y de los constructores de los días antiguos, volvía a tierra santa a enterrar allí el corazón del rey escocés Roberto I de Bruges.
Soplaba viento. Venía del este y traía el frío de la sierra de Granada.
Una partida de pequeñas nubes se desparramó ocultando el sol.
Los cuatro jinetes se arrebujaron en sus capas de gamuza.
De repente, sonaron los clarines de Al-Ándalus.
Ser William de Sinclair, el portador del corazón del rey, se revolvió inquieto en su montura.
Ser James Douglas miró a Johan de Foch.
—¡Infieles, maestro! ¡Que Dios nos asista! —¡Seguid cabalgando! —el maestro de obras agarró las rediendas con la mano izquierda—.
No miréis atrás. Cuando nos rodeen, no paréis. Yo hablaré con ellos.
—Ved, señor —susurró Ser William— que en vos confiamos.
Vos sabéis de guiarnos a los santos lugares.




















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