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El 11 de febrero de 2023, han pasado solamente a una velocidad pasmosa dos años.
Dos años donde me llevé pues una de las mayores sorpresas de mi vida.
Básicamente hasta el 9 de febrero de hace dos años no sabía nada.
Pero los amigos me habían preparado una encerrona alegre, feliz, maravillosa y me pilló en fuera de juego.
Era inimaginable, inimaginable que aquel 11 de febrero me viniera a buscar a casa sin saberlo.
Lo único que me habían dicho, te pasamos a recoger, pues que me viniera a buscar a casa un BMW grandísimo.
Parecía una de estas de las películas americanas.
La limusina.
La limusina, no me salía ahora. Estaba pensando en car de limón.
Entonces cuando yo veo aquello tan grande entrando al aparcamiento del Hotel Alavera, digo ¿qué está pasando aquí?
Pero más sorprendente fue cuando le digo a mi pareja Jenny, coge una cámara,
por lo menos que quede el recuerdo para que vean que me ha recogido un BMW.
Y fue tremendo porque el BMW traía un chofer de excepción, Chube Álvarez, un campeón asturiano buenísimo.
Y Chube me abrió la puerta como solo faltó que le hubiera dado un par de euros de propiedad.
Me abrió la puerta, entro para allá y dentro del coche había otra persona que estaba mirando hacia la finca,
no hacia mí, que entraba por atrás. Menos mal que soy el hombre sensato.
Y en ese momento se gira y me quedo mucho más sorprendido.
Yo entro en un coche donde hay un señor que es ni más ni menos, es un amigo,
el único amigo que tengo que es presidente de una multinacional,
y estoy hablando de Juan López Frade, Suzuki, el único presidente en un país que no es japonés, es español.
Lo que menos me podía imaginar, es que solo me sale eso, es que desde casa hasta el Teatro Riera de Villaviciosa
claro, Yeni fue a por la cámara, pero mi chofer, don Jesús Álvarez, me dijo
¿Te preocupes Luis, que el coche va equipado con cámaras?
Y yo decía, no, esto es increíble, es como un sueño.
Me metí en aquel coche y resulta que lo que no sabía es que yo iba con Juan López Frade hablando
en dirección hacia Villaviciosa.
Bueno, fue emocionante porque lo que no sabía es que se estaba viendo en una pantalla gigante
dentro del teatro, y hasta se oían las barbaridades que veníamos hablando.
Entonces, menos mal que hay un prodigio en esto de los medios de comunicación,
que es un amigo de Cantabria de Santander, que se llama Fernando.