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La guerra de Filipinas, el fin del Imperio español

La guerra de Filipinas, el fin del Imperio español

9/12/2025 · 16:47
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Los más de tres siglos de dominio de España en las Filipinas llegaron a su fin en 1898, cuando EE. UU. destruyó la flota española y tomó Manila con el apoyo de los insurrectos filipinos.

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Hoy hablaremos de la Guerra de Filipinas.

A finales de agosto de 1896 se reunieron en Balintawag, a las afueras de Manila, los líderes del movimiento revolucionario filipino Katipunan para decidir qué camino debían emprender en su lucha contra el régimen colonial español.

Algunos pensaban que aún era pronto para comenzar la revolución porque les faltaban armas y apoyos, pero otros consideraban que era el momento de iniciar la lucha armada.

Andrés Bonifacio, el líder del Katipunan, después de un encendido discurso a favor de la rebelión, salió a consultar a los seguidores que esperaban en la calle y ante los gritos de revolución, revolución, les animó, en un gesto simbólico, a romper las cédulas personales que identificaban a la población y fijaban las tasas que debían pagar a la administración española.

El grito de Balintawag marcó el inicio de la revolución filipina contra España.

A lo largo del siglo XIX, estos factores acrecentaron el descontento de la población filipina con el dominio que España mantenía sobre el archipiélago desde el siglo XVI.

Los filipinos sufrían una evidente desigualdad de derechos y oportunidades respecto a los peninsulares, carecían de representación parlamentaria y se les negaba una mayor participación en la vida política.

En el ejército, los oficiales nacidos en las islas se veían relegados por sospecharse de su lealtad.

España filipina tampoco resultó favorecida por la metrópoli, que nunca se convirtió en un mercado preferencial de las exportaciones filipinas.

Los habitantes de las islas estaban sometidos a fuertes impuestos definidos por categorías étnicas hasta los últimos años del siglo.

Además, existía un extendido malestar por la influencia que ejercían las órdenes religiosas españolas en muchos sectores de la vida de las islas, mientras que el clero filipino era postergado por los regulares españoles.

Todo ello provocó distintos movimientos y estallidos de violencia sin que las autoridades españolas dieran respuestas satisfactorias.

De ahí que, a finales de siglo, los filipinos pasaran de la lucha por el autogobierno a la revolución independentista.

El primer líder e ideólogo del movimiento nacionalista filipino, apoyado por el Grupo de los Ilustrados, fue José Rizal, que en 1892 fundó la Liga Filipina.

En un principio, Rizal planteó reivindicaciones moderadas, sin cuestionar la unión con España.

Pero al comprender que los españoles nunca atenderían sus demandas, impulsó la lucha por el autogobierno, aunque señalando que debía llevarse a cabo de manera pacífica, evitando cualquier acción violenta.

Aún así, sus ideas parecieron tan subversivas que el gobierno colonial lo exilió a Dapitán, en el sur del archipiélago.

Fue esto lo que permitió que el Katipunan, promovido por Andrés Bonifacio, se hiciera con el liderazgo de las reivindicaciones filipinas.

Este movimiento era más radical en sus planteamientos, aspiraba ya a la independencia completa y no renegaba del uso de la violencia.

Tenía el apoyo de sectores procedentes de los antiguos barangays, los pueblos nativos, la pequeña burguesía y la población urbana y rural menos favorecida.

El movimiento se fue extendiendo gracias a una gran labor de propaganda y al periódico Kalaayan, en el que se llamaba ya a los filipinos a la lucha armada contra los españoles.

Palatinamente, se fue organizando además una lucha de guerrillas con gran éxito.

Las reclamaciones de estos movimientos políticos pasaron de este modo, de pedir mayor igualdad y autonomía, pero aún bajo la unión con España, a reivindicar la independencia y la ruptura total de los lazos con los españoles.

Así se llegó a la sublevación de Balintawak.

El gobernador general, Ramón Blanco, ofreció un periodo de gracia de 48 horas, en el que los insurrectos podrían rendirse sin sufrir represalias.

Sin embargo, el movimiento se extendió rápidamente a Manila y a sus alrededores y se expandió luego por el archipiélago, ganando cada vez más adeptos.

Ante la extensión de la revolución, el 30 de agosto, Blanco declaró el estado de emergencia en ocho provincias, recetó el embargo de bienes de los rebeldes y de sus posibles apoyos y pidió refuerzos a la península.

Con las fuerzas que tenía en Manila, más otras llegaron.

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