

Description of EL HOMBRE QUE FUE JUEVES. CAPÍTULO 3
El hombre que fue Jueves , una novela de GK Chesterton que los va a llevar por un camino lleno de misterio, intriga y sorpresas inesperadas.
Imagina a Gabriel Syme, un poeta con una vida aparentemente tranquila, que de pronto se ve arrastrado a un mundo secreto donde nada es lo que parece. Su aventura comienza cuando recibe una misión: infiltrarse en un grupo extraño y peligroso, liderado por una figura enigmática conocida como Domingo. Este consejo, donde cada miembro lleva el nombre de un día de la semana, está envuelto en sombras, y Syme, ahora Jueves, tendrá que navegar entre el caos y el orden para descubrir qué está pasando realmente.
Con un estilo único, Chesterton mezcla humor, filosofía y un toque de lo absurdo en una historia que te mantiene al borde del asiento. ¿Es una conspiración? ¿Un juego de máscaras? ¿O algo mucho más profundo? Esta no es solo una novela de detectives, es un rompecabezas que te invita a reflexionar mientras disfrutas de el estilo incisivo, directo y lleno de poesía de este autor inglés. Chesterton insistió en que la novela no pretendía describir el mundo real tal como era, sino el "mundo de duda salvaje y desesperanza" que los pesimistas describían en su época, con "solo un destello de esperanza en algún doble significado de la duda".Nos ofrece, por tanto, una narrativa que, aunque está llena de tensión y caos, termina con un mensaje de esperanza y afirmación de la bondad.
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Antes de que penetrase en la estancia ninguno de los recién llegados, Gregory se había repuesto de su sorpresa, de un salto, y como un rugido de fiera se acercó a la mesa, cogió el revólver y apuntó a Sime.
Sime, sin conmoverse, levantó su mano, pálida y elegante.
—No sea usted ridículo, Gregory —dijo con una dignidad afeminada de eclesiástico—, no ve usted que es inútil, no ve usted que nos hemos embarcado juntos y juntos hemos de aguantar el mareo.
Nada pudo responderle Gregory, pero tampoco acertó a disparar, solo interrogaba con los ojos.
—No ve usted que los dos estamos en jaque —continuó Sime—.
Yo no puedo decir a la policía que usted es un anarquista, y usted no puede decir a los anarquistas que yo soy policía.
Lo único que puedo hacer, ya conociéndolo, es vigilarlo, y usted, conociéndome, tampoco puede hacer conmigo otra cosa.
Aquí se trata de un duelo intelectual y singular.
Mi cabeza contra la de usted, yo soy un policía desprevisto de auxilio de la policía, y usted pobre amigo mío, un anarquista desprevisto de toda esa complicada organización tan esencial para la buena marcha de la anarquía.
Aquí, si alguno lleva ventaja es usted, a usted no le rodea la mirada inquisitiva de los guardias, y yo voy a estar rodeado de la desconfiada muchedumbre anarquista.
No puedo traicionarlo a usted, pero puedo traicionarme a mí mismo al menor descuido.
Paciencia pues, espere usted a ver cómo me traiciono, ya verá usted qué bien lo hago.
Gregory dejó la pistola, y miraba con asombrados ojos a Sime como si fuera un monstruo marino.
No creo en la inmortalidad, dijo al fin, pero si después de todo esto falta a usted a su palabra, creo que Dios haría un infierno para usted solo, para hacerle aullar eternamente.
Oh, dijo Sime orgulloso, yo no falto nunca a mi palabra, a usted como yo, aquí están sus amigotes.
La multitud de anarquistas entró en el cuarto pesadamente, con aire fatigoso.
Un hombrecillo de gafas y barbilla negra que llevaba unos papeles en la mano, un tipo parecido a Mr. Tim Healy.
Se desprendió del grupo y acercándose dijo, camarada Gregory Sime.
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