
La Ilíada Y La Odisea - La Sangre De La Diosa

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La batalla alcanza su punto máximo cuando Menelao y Paris se enfrentan en un duelo épico. ¿Quién saldrá victorioso?
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El ejército griego avanza hacia las murallas de Troya.
Agamenón, el rey de reyes, soñó que este día la ciudad de Priamo sería suya.
Ese sueño es un mensaje de los dioses y ha despertado el valor en sus hombres.
¿Qué importa si Aquiles, el más fuerte de los griegos, se ha retirado a su tienda? Zeus y los dioses del Olimpo han decidido concederle la victoria a Agamenón, interponiéndose en su camino, los troyanos, liderados por Héctor y París, se preparan para atacar al ejército griego, que ya no cuenta con aquel guerrero que podría haber provocado grandes desastres para ellos.
El azote de Troya.
Aquiles.
Los dos ejércitos se enfrentan, ambos están seguros de ganar.
La batalla es feroz.
Las lanzas surcan los aires.
Las espadas destrozan los escudos.
Los cuerpos ruedan en el polvo.
Temibles gritos se elevan hasta el cielo.
En el Olimpo, los dioses han observado cada detalle de lo ocurrido bajo los muros de Troya.
Hera y Atenea están horrorizadas.
¿Acaso Agamenón ha perdido la razón? ¿Está cometiendo un catastrófico error? ¿Qué clase de disparate lo hizo lanzarse a una batalla, cuando durante días los griegos se han debilitado ante las flechas de Apolo? Y sin su principal guerrero, Aquiles, quien no salía de su tienda.
Hera y Atenea se disponen a dejar el Olimpo, para así lanzarse al rescate de sus héroes, los griegos.
Apolo, Artemisa y Afrodita tensan sus arcos, dispuestos a ayudar a los troyanos.
Pero Zeus los detiene con un gesto imperioso.
Desde ese momento les prohíbe a los dioses interferir en combates humanos.
Y no solo eso.
También les ordena que observen desde las alturas del Olimpo, como griegos y troyanos se aniquilan en una batalla.
En la que ninguno de los dos bandos podrá cantar victoria.
Pero repentinamente, Zeus se sorprende ante lo que ve.
Dos hombres acaban de encontrarse cara a cara en medio de la batalla.
Y alrededor de ellos prevalece el silencio.
Mientras los dioses observan desde las alturas, todos los guerreros en el campo dirigen la mirada a los dos hombres que se miran desafiantes.
Menelao y París están frente a frente.
Él no dice nada.
Su corazón se llena de ira.
Avanza hacia el joven, quien al mismo tiempo se acerca hacia él sin demostrar temor.
Con su piel de leopardo sobre el hombro, su arco atado a la espalda y su espada en la mano.
En ese momento Héctor corre y se coloca entre los dos hombres.
Su hermano menor no tiene como derrotar a Menelao, un guerrero temible, un luchador nato.
Pero París no le permite hablar.
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