
Inquilinos Sobrenaturales - Artículo de Javier Sierra - EDENEX -

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En Inquilinos Sobrenaturales, Javier Sierra rememora sus primeros pasos en el periodismo de lo insólito, marcados por su vinculación con la revista Más Allá de la Ciencia bajo la dirección de Fernando Jiménez del Oso. Desde aquel entorno de revelaciones impactantes, rumores oficiales y misterios sin resolver, Sierra narra cómo su escepticismo creció con el tiempo, llevándolo a priorizar los enigmas arqueológicos y culturales sobre las historias más espectaculares de ovnis o apariciones. Sin embargo, nunca perdió del todo su fascinación por los fantasmas, especialmente aquellos vinculados a los museos, donde piezas cargadas de historia parecen irradiar un aura difícil de explicar.
El artículo culmina con una reflexión sobre estos “inquilinos sobrenaturales” que habitan en instituciones como el Louvre, el Museo Arqueológico de Nápoles o el Museo del Prado. Sierra menciona su propia experiencia con una figura fantasmal en este último, que le inspiró su libro El maestro del Prado. Y ahora, con la publicación del libro Los fantasmas del Museo Británico de Noah Angell, el autor se ve tentado a volver sobre sus pasos, con la esperanza de reencontrarse con esos espectros que tal vez no pertenecen solo al pasado ni a la ficción.
La pieza, narrada por Jose Liau Vela para EDENEX, es tanto un viaje personal como una exploración del fino velo entre la historia y lo invisible.
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Inquilinos sobrenaturales.
Javier Sierra.
En 1989, en otra vida, mientras preparaba mis exámenes de selectividad para convertirme en periodista, una inesperada publicación llegó a los kioscos españoles.
No existía entonces otra prensa escrita que la de papel y el desembarco de un mensual a todo color, de gran formato, especializado en enigmas de la ciencia, la historia, la religión o el comportamiento humano, fue toda una sorpresa.
Al frente estaba el entonces televisivo psiquiatra Fernando Jiménez del Oso.
Su rostro, fotografiado en una estudiada penumbra, aparecía junto a unas grandes letras rojas en las que podía leerse más allá de la ciencia.
Aquello no era una simple cabecera.
Era una declaración de intenciones.
La revista pretendía dejar atrás el paradigma dominante.
Y yo, que buscaba un periodismo al que dedicar mis esfuerzos, intuí que había algo novedoso en semejante propuesta, algo que merecía la pena explorar.
Sus primeros números levantaron gran revuelo.
Lo mismo sugerían la existencia de un pacto secreto entre los Estados Unidos y los OVNIs, que publicaban un mensaje post-mortem de Enrique Tierno Galván, el alcalde del Madrid de La Movida, ateo confeso, en el que éste hablaba de lo bien que se estaba al otro lado.
Por una curiosa casualidad, el mismo mes que empecé mis clases en Ciencias de la Información, publiqué mi primer reportaje en sus páginas.
Fue entonces cuando la todopoderosa agencia soviética de noticias TASS circuló unos exóticos teletipos sobre los aterrizajes de naves extraterrestres tripuladas en ciudades rusas.
Lo hizo, ahora lo sabemos, para distraer a Occidente de lo que estaba pasando en esos días en el Kremlin, con un Gorbachev decidido a impulsar una política de apertura inédita desde la revolución bolchevique, y con el muro de Berlín a punto de venirse abajo.
Nadie usó entonces la palabra bulo porque la fuente era oficial y la información, sencillamente, se dejó correr hasta que se olvidó.
Poco después, casi sin darme cuenta, pasé de colaborador a redactor, y en 1998, nueve intensos años más tarde, terminé sentado en el sillón de Jiménez del Oso.
Yo no había olvidado lo de los pactos, ni tampoco lo de los rusos.
Las revelaciones campanudas me ponían en alerta, y así, como por instinto, empecé a sentir una creciente ojeriza a los reportajes más explosivos.
Las noticias que hablaban de ruidos extraños, figuras fantasmagóricas, o fenómenos inexplicables en inmuebles privados o edificios oficiales, pronto sustituyeron a Tierno y a Gorbachev.
Los noventa trajeron los fantasmas del Palacio de Linares o del Museo Reina Sofía, y pese a la tinta que gastamos en ellas y a los creíbles testimonios de guardias de seguridad y personal de aquellos inmuebles que los describían, nunca terminó de aclararse la naturaleza de sus visiones.
Todo moría siempre en un adolescente congojo.
Por eso, cuando llegué a director de más allá, preferí dar prioridad a los enigmas arqueológicos, o a reportajes, o culturales, en los que se desvelaba la influencia de las creencias en lo mágico y lo sobrenatural en escritores, políticos, e incluso en científicos de renombre.
Sin embargo, supongo que llevado por los viejos hábitos de esos años de noticias de impacto, seguí añadiendo historias de fantasmas a mis archivos.
Las recortaba de los periódicos con el mismo deleite que otras sobre Machu Picchu o las pirámides.
Tenía mi secreta razón para hacerlo.
Yo mismo creía
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